XXI Edición

Curso 2024 - 2025

Alejandro Quintana

Un imán en la nevera 

Santiago Montero, 14 años

Colegio El Prado (Madrid)

Todos tenemos objetos de valor. No me refiero solo a valor monetario sino al sentimental. Tampoco me refiero, necesariamente, a una reliquia familiar o a una pieza considerada como antigüedad. Basta que se diferencie de todo lo demás por el particular significado que le concedemos.

En mi caso, gusto de llevar en el bolsillo un rosario de dedo. Lo uso, sobre todo, para pedir ayuda al Cielo en aquellas eventualidades que considero de importancia, como un examen repentino de sintaxis para el que preciso mayor seguridad. Este tipo de objetos van recibiendo nuestro aprecio, y esto es precisamente lo que los hace únicos. 

También me gusta comprar souvenirs. Por ejemplo, estuve una vez, a finales de julio, veraneando en la costa de Tenerife, y me gustó tanto el viaje que compré un imán de Canarias para la nevera. Es un elemento decorativo insignificante y de poco valor, pues se produce en serie, seguramente en alguna fábrica de China, pero cada vez que me acerco a por algo de comida o bebida y fijo la mirada en el imán, recuerdo los buenos momentos que pasé en la isla. Por esto mismo, los objetos tienen el valor que uno les da, aun si están rotos, sucios o mal hechos. 

El otro día leí una frase de un escritor portugués que me hizo pensar: «El valor de las cosas no está en el tiempo que duran sino en la intensidad con que suceden». Aunque es cierto que las cosas no pueden “sucedernos”, pienso que él se refiere a los acontecimientos, lugares o personas que relacionamos con cada objeto. Por eso me resulta más sencillo desprenderme de otros útiles, estén en el estado que estén, que de, por ejemplo, dicho imán. Me gusta preguntarme qué me llevaría el día de mañana si tuviera que mudarme de casa y solo contara con una caja para empaquetar todas mis cosas. Sería el modo de descubrir qué es aquello que más aprecio.