XXI Edición
Curso 2024 - 2025
Un cuento para padres
Ángel Murcia, 18 años
Colegio Altair (Sevilla)
Hace unos días me encontraba ordenando la estantería de mi habitación. Entre las cajas tomé un objeto que llamó mi atención: era un libro de cuentos que estaba cubierto de polvo. Lo abrí: las páginas se habían amarilleado a causa del paso del tiempo. Tras un rápido vistazo a la portada, un recuerdo familiar subió desde mi columna a mis brazos, y de ahí a la punta de mis dedos: aquel era el libro que, de niño, mi madre solía leerme antes de irme a dormir.
Dejé entonces mi tarea y me senté en la cama, para recorrer con cuidado cada capítulo. Así me dejé arrastrar hacia el pasado. Volví a tener seis años. Era de noche y mi madre se encontraba a mi lado, con el libro abierto de par en par. Tras arroparme se aclaró la garganta y comenzó a leer uno de los cuentos, “El príncipe y el mendigo”. Durante su lectura, ella interpretaba a cada personaje mediante tonos de voz distintos, para que yo entendiera la historia más fácilmente. Una vez llegó al final, pronunció el consabido «Colorín, colorado, este cuento se ha acabado», me dio un beso de buenas noches y apagó la luz. En el momento en el que ella abandonaba la habitación, volví al presente. Nostálgico, me levanté a mirar por la ventana, hacia el patio del edificio de enfrente.
No me avergüenza admitirlo: de pequeño creí en las hadas y en los dragones, fieros lagartos escupefuego que descansaban junto a sus tesoros en el interior de alguna montaña lejana. Creía en la existencia de las brujas y de los fantasmas, de los príncipes convertidos en rana, de los embaucadores lobos y de los genios atrapados en una lámpara. Y sí, cada vez que se me caía un diente de leche esperaba ansioso la llegada del roedor que lo convertiría en monedas, y el día seis de enero celebraba eufórico la llegada de los Sabios de Oriente que, de noche, habían convertido los mantecados en migajas y vaciado de agua el cubo para los camellos.
Crecí y la ilusión se esfumó. Los dragones alzaron el vuelo y los lobos se retiraron a los bosques. La fantasía y la magia desaparecieron de mi mundo. Durante años me mantuve ajeno al por qué ocurrió. Ha sido gracias al redescubrimiento del libro de cuentos que he sido consciente de que nunca me había detenido a observar más allá de esa cortina de polvo de hadas.
Detrás de cada aventura escrita se esconde el cariño de mis padres, que se esforzaron en mantener viva mi ilusión infantil frente a la crudeza de la vida. No importaba cómo le hubiera ido el día, que cada noche mi madre tomaba el libro de la estantería y me leía el cuento que tocase, hasta que yo caía rendido por el sueño.
Ahora creo en mis padres, que forjaron mi pasión por la literatura. Ellos fueron quienes se transformaron en ratón y en Reyes Magos. Ellos me dieron la vida. Y los quiero a rabiar.