XXI Edición
Curso 2024 - 2025
Sin sorpresas
Diego Domingo García, 15 años
Colegio Stella Maris La Gavia (Madrid)
Mi madre y mi abuela se sentaron a ver en la televisión un documental sobre deportes extremos. Se asombraban con las modalidades que iban apareciendo en pantalla: un tipo que se lanzaba en caída libre, otro que realizaba saltos arriesgados en los que parecía que podía partirse en mil pedazos, uno más que desafiaba en patinete –por una carretera de montaña– los límites de la velocidad, una chica que se enfrentaba con una tabla de surf a olas como montañas…
Mientras tanto, yo ni me inmuté. Estoy seguro de que a mucha gente de mi edad también le hubiese ocurrido, pues las nuevas generaciones lo hemos visto todo (especialmente a través de las redes). Por eso somos más difíciles de impresionar que los adultos. A fuerza de ver imágenes impactantes, hemos eliminado la sorpresa en nuestra vida.
Cuando mi abuela vivía en una aldea de Ourense, se quedaba fascinada ante la llegada de cada visitante. Mi madre, a su vez, vivió con admiración la revolución tecnológica de la década de los noventa. En mi caso, sin embargo, que vivo rodeado de innovación y novedades, nada me parece realmente nuevo. Como tantos jóvenes, estoy empachado de novedades y ahíto ante lo que nos ofrece la modernidad.
Los jóvenes vivimos hiperestimulados por la tecnología. En mi caso, que estoy envuelto en el frenesí cosmopolita de Madrid, cuando busco tranquilidad caigo en la trampa del móvil, pues me arrolla un tren de reels en Instagram, un huracán de mensajes en WhatsApp y una tormenta de notificaciones de Snapchat. Instagram y TikTok, que nos ofrecen un ocio permanente, rápido y fácil, me atrapan con vídeos cortos cargados de impresiones que, lo reconozco, me seducen durante horas aunque no me dejen apenas un solo aprendizaje. Comparada con la interminable secuencia de experiencias frenéticas y vibrantes que ofrece TikTok, es razonable que la vida real carezca de emociones. Y claro, así es imposible sorprenderse con nada.
Me pregunto si nos queda algo por ver que no esté grabado por una cámara, si han muerto las formas tradicionales de ocio, cómo los juegos de mesa y la lectura. ¿En qué se convertirá nuestra existencia si no hay sorpresas, emociones y aventuras más allá de las pantallas? Es responsabilidad de cada cual dejar a un lado las distracciones de este tiempo para vivir con una nueva ilusión, disfrutando de las pequeñas cosas que trae cada momento. Y sé que lo aprenderé de mi madre y de mi abuela.