XXI Edición

Curso 2024 - 2025

Alejandro Quintana

Palabra de gimnasta 

María López Martínez, 16 años

Colegio Iale (Valencia)

Después de tantos años entregada a la gimnasia rítmica, me he dado cuenta que tantas tardes de entrenamiento, tantos días de competición y tantos planes con mis amigas que he tenido que rechazar, no han sido en vano. 

Comencé este largo camino cuando apenas tenía dos años. En esos momentos, solo quería estar cerca de mi prima. Como ella entrenaba durante casi toda la semana, la única manera de estar a su lado era participando en la misma disciplina, a pesar de que apenas sabía andar. Duré dos meses, pues una vez dejaba de ver a mi prima me convertía en un mar de lágrimas sin consuelo. 

Un año después volví a los entrenamientos, esta vez en el colegio, como si fueran un juego, hasta que, tiempo después, me propusieron volver al club de gimnasia, y desde entonces no hay día en el que no acuda. Quién iba a decirnos entonces que mi prima acabaría siendo mi entrenadora. Además de sacarme el máximo partido a mis posibilidades, ella es mi mayor apoyo como deportista, tanto en mis triunfos como en mis derrotas. Me acompaña en la frustración, el agobio y la desesperación cuando no me salen los ejercicios o cuando sufro jornadas fatídicas en alguna competición. Siempre permanece a mi lado, incluso en las numerosas discusiones que tenemos a cuenta de mi cabezonería

Al inicio de la temporada, las entrenadoras de esta disciplina plasman sus ideas en un montaje, que transmiten el día de la competición a las juezas y al público, como si se tratara de una narración. A medida que la música transcurre, se va forjando una historia, en la que el cuerpo de la gimnasta juega un papel crucial, pues es el emisor de sentimientos y emociones a la grada, acompañada de un aparato (pelota, mazas, aro, cinta o cuerda). En minuto y medio debemos demostrar el trabajo realizado a lo largo del año. Aunque no siempre me salga según lo previsto, lo importante es que mantenga la tenacidad para seguir siempre adelante. 

Gracias a la gimnasia rítmica he disfrutado de momentos inolvidables junto a mis compañeras: viajes por España a distintos campeonatos, las noches de hotel, las fiestas de pijamas antes de una competición o las meditaciones necesarias para salir concentrada al tapiz. El mejor de estos viajes fue a Valladolid, en mi primer campeonato de España, cuando tenía nueve años. La tarde anterior, mis compañeras y yo nos divertimos saltando sobres las camas y jugando al escondite. Aunque mis recuerdos de aquella competición son nebulosos, sé que trabajamos en el practicable con la ilusión de quien se sabe ganador. ¡Con qué orgullo regresé al colegio para contarles aquella experiencia a mis compañeros! 

Las gimnastas necesitamos el calor de la afición. Es decir, no nos basta concentrarnos antes de cada ejercicio, sino que, de vez en cuando precisamos mirar arriba para contemplar la emoción de la grada: familiares, amigos y contrincantes, pues después de tantos encuentros ellas se convierten en amigas. Siento un latigazo de alegría cada vez que los espectadores se ponen en pie para transmitirnos ánimos y seguridad.

Para la mayoría de las personas, el deporte es una manera lúdica de mantenerse sano y en buena forma corporal. Para mí, la gimnasia rítmica es mucho más que eso: es mi vida, una dedicación que me ayuda a sentirme querida y segura.