XXI Edición
Curso 2024 - 2025
Náufrago
Ariadne Carreira, 14 años
Colegio Ayalde (Vizcaya)
Llevo en la isla más tiempo del que me hubiera gustado, el suficiente como para que tú leas esto.
Mi barco sufrió un naufragio. Me parece que fue hace una eternidad. Casi todos murieron. Era de noche y hacía frío. Es inexplicable es que yo sobreviviera. Al caer al agua me agarré a un tablón con una fuerza que no sabía que tenía. Me pasé tres días prendido a aquel madero. Las olas me mareaban y me confundían. Hasta que avisté el islote. Pensé que estaba salvado, pero si pudiera dar marcha atrás, preferiría haberme ahogado.
Durante los primeros días intenté acostumbrarme a la situación. El tiempo parecía que existía y dejaba de existir en intervalos extraños, como si a veces pasara y otras se olvidara de su función. Tenía un reloj, pero se había roto.
Empecé a buscar comida; los cocos parecían una buena opción. ¿Quién diría que son tan difíciles de abrir? Busqué una cueva, donde duermo. Las noches aquí son extrañamente cálidas.
En la isla no hay animales, o eso creo porque no los he visto. Me siento seguro ante la idea de que esta tierra estaba deshabitada.
Aunque es experiencia horrible, también resulta un descanso de mi vida anterior. Me llamo Antonio López y cuando llegué aquí tenía cuarenta y tres años, un trabajo, una exmujer y dos hijos con los que apenas me hablaba. Por eso elegí irme de crucero para despejarme; nunca pensé que sería de esta forma.
Mientras mi vida transcurría en soledad, sentí paz. Creo que nadie se ha preocupado en buscarme, ya que trabajaba desde casa y tenía pocos amigos.
El transcurso de mis días en la isla es peculiar. Al principio, a veces me sentía libre, como si pudiera volar, y otras aislado. Me carcomía la monotonía: comer cocos, dormir en la cueva, bañarme en el mar… El sentimiento de paz se convirtió en rutina, y la rutina se volvió una jaula para mí. Sabía que no sobreviviría comiendo cocos, pero decidí no preocuparme por problemas venideros.
Una vez calculé que llevaba allí cuatro semanas y media. Entonces empecé a sentarme en la orilla para contemplar el ocaso. Si en el momento en el que nací me hubieran dicho que mi vida tendría este destino, habría vuelto al útero de mi madre. Empecé a volverme loco. En una estúpida conjetura me cuestiono si soy libre. Decido a qué hora comer, en qué parte de la cueva echarme a dormir, cuándo caminar por la orilla... Pero, ¿acaso la libertad significa algo cuando no hay más opciones? No soy libre para elegir qué comer, pues me resigno a lo que la isla me da. Tampoco soy libre para regresar a mi antigua vida, solo puedo imaginar cómo sería hacerlo.
Prefiero mi antigua existencia a esa clase de soledad, no verme en la tesitura de hacerme las preguntas que flotan a mi alrededor. ¿Soy feliz?... He llegado a la conclusión de que prefiero vivir engañado.
Como me temía, el coco ha dejado de ser suficiente. Mi cuerpo se ha vuelto débil y mis pensamientos se deshilachan. Mi reflejo en el agua es el de un hombre que apenas se sostiene en pie.
Dudo si el sol se ha hecho más abrasador o si mi piel es más fina. Si la brisa es real o si es producto de mi imaginación. No entiendo aquello que pienso. Tal vez nunca lo entendí. Tal vez todo esto sea solo un delirio de hambre y soledad, el eco de un hombre que ya no existe.
Hace unas horas llegó a la playa un montón de material inútil arrastrado por la marea. Encontré una pluma, algo de papel. Aunque estaba húmedo, logré secarlo al sol. Si has leído estos apuntes, es que alguien los ha encontrado.
Soy un soñador. Fui un soñador. Seré un soñador.
El 14 de septiembre de 2025, un grupo de espeleólogos halló una carta en una cueva de una isla remota del Pacífico. La firmaba un tal Antonio López, un náufrago que relataba su lucha contra la soledad. No hallaron restos de su cuerpo ni señales de su destino. Su existencia y su final sigue siendo un misterio.