XXI Edición
Curso 2024 - 2025
Memoria en papel
Blanca Troya, 15 años
Colegio La Vall (Barcelona)
Isabel había llegado a la residencia con un cuaderno entre las manos. Encontró encontrado a la anciana en la habitación 303, sentada en el sillón de siempre y con la mirada perdida en un punto indefinido. La luz del mediodía se colaba entre las cortinas, caldeando el cuarto. La chica se le acercó, le dio un beso en la mejilla y se sentó a su lado.
–¿Puedo leerte algo?
–Cuéntame, querida –dijo la mujer con una sonrisa, pero mirándola con confusión.
Isabel carraspeó, y abrió nerviosa un cuaderno para dar comienzo a una narración que había escrito pensando en aquel momento. Antes, volvió a mirar a la anciana con ternura, y empezó a leer:
«Había una vez una niña llamada María, que todas las mañanas salía de casa con sus cuatro hermanas para ir al colegio. Cuando llegó su cumpleaños, escondió en la mochila una botella de Coca-Cola, de esas antiguas de cristal, para tomársela en la escuela. Cuando llegó la hora del patio, María arropó entre risas la botella en su jersey y corrió al jardín, acompañada de su mejor amiga».
–¿Y eso estaba permitido en su colegio?
–No, así que buscaron un rincón donde no las vieran y se la empezaron a beber entre las dos. «Al cabo de un rato», prosiguió la lectura, «una profesora que vigilaba el patio las descubrió, y aunque María intentó esconder la botella detrás de su espalda, le pidió que se la entregara y se la requisó. Al llegar a clase, su tutora la riñó delante de todas sus compañeras, y como castigo tuvo que llevar la botella colgada al cuello durante una semana. Cuando su madre se enteró de la travesura y sus consecuencias, le dijo a su hija que le había decepcionado», concluyó. Hace años de esta historia, claro, y ocurrió cuando los colegios eran muy estrictos. Además, ten en cuenta que la familia Figuero era de la alta sociedad.
La anciana se echó a reír mientras la muchacha la miraba con ternura.
«Años más tarde», volvió Isabel a tomar el cuaderno, «María conoció a un joven llamado Juan, del que se enamoró con locura. Un tiempo después se casaron. La boda fue magnífica, aunque el novio se tropezó por las escaleras al subir al altar, así que durante la celebración todo fueron risas. Como a los dos les gustaba viajar, recorrieron el mundo de la mano».
–Juan tuvo que ser un hombre maravilloso –suspiró la nonagenaria–. ¿Lo conocías?
–Sí, y de verdad que lo fue. Tuvieron seis hijos; todos están casados.
Isabel prosiguió la historia que había escrito a mano. La caligrafía del libro mejoraba a medida que pasaba las páginas. La señora se sonreía al escuchar algunos nombres, pero no decía nada al respecto. Reaccionaba a cada situación como lo hace un niño pequeño cuando le cuentan un cuento. Le sorprendieron algunas de las decisiones que tomó la tal María, y se enorgulleció de otras, como si aquel personaje fuera su propia hija. Incluso se le escapó alguna lágrima cuando Isabel mostraba las tragedias que llegaron a la vida de la protagonista. También cerró los ojos para imaginar con mayor nitidez las escenas, como cuando María tuvo a su primera nieta entre sus brazos.
Isabel llegó al punto final, cerró el cuaderno y acarició la portada, en la que había bordado con hilos dorados:
“El diario de mi abuela”
La chica se levantó, le dio un beso en la frente y se despidió de ella. Al salir de la habitación, cerró la puerta a sus espaldas. La cocinera de la residencia, que en aquel momento avanzaba por el pasillo, la saludó. Entonces la chica se dio la vuelta y observó el cartelito que había pegado en la puerta de la señora con la que había pasado la tarde:
303
María Figuero, 97 años
Abrazó el cuaderno en el que había escrito aquella semblanza. No quería que los recuerdos de su abuela se desvanecieran. Por eso decidió que algunos rasgos de su biografía se quedaran para siempre en aquellas páginas. De esta manera, lo que su abuela le había ido contando a lo largo de los años no se perdería, y cada vez que ella se acercara a la residencia para leerle el texto podría vivirlos de nuevo.