XXI Edición

Curso 2024 - 2025

Alejandro Quintana

Las tres puertas 

Pablo Seguín, 14 Años

Colegio María Teresa (Madrid)

Borja se despertó con el constante pitido que producía su alarma. Eran las cinco de la tarde, hora en la que había quedado con sus amigos. Rápidamente se levantó y se dirigió a la puerta de su habitación. Al abrirla, se llevó una desagradable sorpresa: había un largo pasillo que terminaba en otras tres puertas.

Escuchó unos susurros, pero no consiguió descubrir de quién se trataba.

—¿Hay alguien ahí? —preguntó con miedo. 

No obtuvo respuesta. 

Decidió avanzar por el pasillo. Con el primer paso, la puerta de su cuarto se cerró tras él.

—¡Ábreme! —gritó, aporreándola.

Nadie le respondió, y como no podía retroceder, decidió avanzar. 

El pasillo estaba alfombrado con una estera roja, sobre la que encontró algunos muebles, iluminados por lámparas. Había también candelabros y cuadros colgados en las paredes. De este modo fue pasando a través de nuevos vanos, recorriendo nuevos pasillos, encontrándose con otros pasillos más, en una pesadilla que parecía no tener fin.

En las paredes empezaron a aparecer grietas cada vez más extensas. Además, el suelo crujía como si amenazara con romperse. En la alfombra aparecieron huellas de barro y los muebles, al igual que los cuadros, aparecían rotos.

<<¿Qué sitio es este?>>, se preguntó.

Jadeando siguió corriendo pasillo tras pasillo.

<<¿Cuántas puertas más voy a encontrarme?>>.

Era más el deseo de llegar a algún lugar que una pregunta. 

La temperatura empezó a descender, hasta que se creó un ambiente helador. Las bombillas se fundían a su paso y los cristales de las lámparas aparecían esparcidos por el suelo.

—Detente, no hay escapatoria –escuchó otro susurro.

Pero cuando se volvió, no vio a nadie.

—¿Quién anda ahí?—gritó.

Cansado, siguió pasando por el laberinto de los pasillos, a pesar de que las voces –que desde entonces se hicieron constantes¬– le advertían que se detuviera. Escuchó golpes, risas, gritos y susurros que le repetían que no podría salir de aquella casa enloquecida. Perdió la noción del tiempo; la angustia lo estaba matando.

Al fin, tras largo rato recorriendo aquel mundo en bucle, llegó a una sala llena de espejos.

Al tomar el pomo de la puerta, una sombra le derribó y comenzó a golpearle, pero Borja rodó hacia un lado y se incorporó con agilidad. Con reflejos, tomó un candelabro para defenderse. Le dolía el cuerpo, le ardía el estómago, le temblaban las piernas y no notaba los dedos. El extraño se le volvió a abalanzar, pero Borja tuvo reflejos para golpearle en la cabeza y llegar a una nueva puerta, que le condujo a la calle. Había anochecido.

—¿Dónde estoy? —analizó el lugar.

Estaba en la calle, así que puso rumbo a su casa. Al acercarse vio las luces del salón encendidas y echó a correr mientras voceaba:

—¡Papá, mamá… Estoy aquí! 

Se encontró con que no había nadie. Extrañado avanzó hacia el cuarto de sus padres, abrió la puerta y calló de rodillas: volvió a encontrarse el pasillo de las tres puertas.