XXI Edición

Curso 2024 - 2025

Alejandro Quintana

Las cartas de
los miércoles  

Ángel Serrano, 17 años

Colegio Mulhacén (Granada)

A lo largo de cuarenta y dos años, Elena recibió cada miércoles una carta, sin que la misiva faltara una sola vez. No importaba si llovía, si el mundo cambiaba de siglo, si había guerra o paz, crisis o bonanza. Ni siquiera importó cuando el cartero habitual fue sustituido por un dron de Correos. Cada miércoles, irremisiblemente, una carta escrita a mano llegaba a su buzón.

La primera apareció el 5 de marzo de 1983. La firmaba Andrés, su prometido, que se había marchado a Alemania para trabajar, con la promesa de que volvería «en cuanto pueda». Aquel pliego era breve, cariñoso, con algunos errores ortográficos que a Elena le hicieron sonreír. Andrés describía un piso compartido, la sensación de beber cerveza amarga y le explicaba que el frío se le colaba en los huesos.

Elena no se esperaba que las cartas siguieran llegando, puntuales, una vez que Andrés dejó de escribir en primera persona. Fue a partir de cierto miércoles que aquellas cartas hablaban de Andrés como si el autor de la misiva fuera otra persona. Se refería a sus rutinas, sus recuerdos, a lo que pensaba cuando miraba la nieve... como si alguien lo narrara por él. Pero la letra era la misma; Elena la reconocía de inmediato.

Un miércoles de abril, cuarenta años después de la primera carta, le llegó un sobre diferente, más grueso, que traía una nota firmada por la enfermera de una residencia en Stuttgart: Andrés había muerto. Junto a la breve esquela, venía otra carta de su prometido, fechada un mes antes.

¡Qué sorpresa se llevó Elena cuando abrió el buzón el miércoles siguiente! Había un sobre más, como de costumbre. Y la siguiente semana también, y la siguiente… Supo que Andrés había dejado escritas cien cartas antes de morir, para que ella no se sintiera sola, es decir, para que durante casi dos años más siguiera teniendo algo que esperar. 

Cuando el dron entregó la última, el sobre era distinto. Andrés había escrito:

»No te pongas triste: piensa en todo lo que logramos ganarle al tiempo. El amor no vive en el reloj ni en el calendario, Elena; vive en la espera».

Aquel miércoles, por primera vez en cuarenta y dos años, rompió a llorar sin esconderse. También, por primera vez, abrió las ventanas de par en par. Acababa de aprender que el amor fiel no es el que se queda, sino el que encuentra la forma de acompañar al amado incluso cuando el amante se va.