XXI Edición
Curso 2024 - 2025
La herencia
de la abuela
Mateo Sagasti, 15 años
Colegio Santa Margarita (Perú)
La abuela mantenía en secreto los trapos sucios de la familia, y decidió dejarme la carga de semejante herencia.
Murió hace ocho días. Hace siete fue su velorio. Hace seis se realizó el entierro. Hace cinco que la familia me odia porque a mí, su enfermero personal, me legó toda su fortuna, incluidas sus empresas. Después de que el abogado leyera el testamento, la sala estalló en una furiosa estampida de gritos y protestas. Alegaban que yo no llevaba su sangre y que iban a contratar a los mejores abogados para pelear contra semejante abuso.
Cuando se dieron cuenta de que no cabía forma de cambiar la voluntad de la anciana, la atención en la sala volvio a mí, para sufrir otra ronda de intentos de agredirme, a los que no hubiera sobrevivido de no ser por la seguridad privada de la abuela, que ahora es mía y me sacó de allí.
Hace cuatro días, el timbre de mi puerta principal sonó sin cesar. Era la tía Esmelda, que entró en la casa apartando a mi mayordomo y se presentó en mi despacho. Sin embargo, yo la esperaba tranquila, pues sospechaba que aquello no iba a tardar en ocurrir. La tía Esmelda consideraba que había sido la compañera de vida de la abuela desde que esta enviudó, y en esos momentos estaba ahogándose en deudas a causa del juego.
–¡He hipotecado mi casa! –me anunció a gritos, antes de que yo ordenara que la expulsaran de allí.
Mientras cortaba flores en el jardín, escuché un grito de Alejandro, uno de los hijos gemelos de la abuela. Es una persona carismática que parecía tener un futuro prometedor. Pero, ¡cómo gira la vida!... La empresa tecnológica que fundó se cae a pedazos. La abuela, que invirtió un par de millones para salvarla, perdió ese dinero. Por eso vino Alejandro, a mi buscar más dinero para salvar su negocio. La abuela sabía que su hijo tiene un mal dominio empresarial. Si él tuviese parte de la herencia, solo podría comprar algo de tiempo antes de la bancarrota, y no voy a dejar que los ahorros de la abuela se pierdan en esa causa.
Hace dos días se presentó, durante la hora de almuerzo, la hermana de Alejandro, la otra hija de la abuela, la tía Agnes, quien a diferencia de su hermano es encantadora y prudente. Apenas se hace oir, salvo cuando muestra su punto de vista durante el semanal debate familiar. Me contó una historia penosa e inventada, con la que justificaba las pérdidas del negocio del que es administradora. Me aseguró que la abuela había prometido ayudarla. Cree que no conozco su mentira: Agnes y su marido han desviado mucho dinero a cuentas bancarias en el extranjero. Así que también se fue de mi casa con las manos vacías.
Ayer llegó el esposo de la tía Agnes, Estefan. Siempre ha querido mostrarse como el yerno perfecto, gentil y amable, dispuesto a ayudar a todos. Pero sé que le es infiel a mi tía. Ha vivido en el lujo gracias al dinero que junto a su esposa le robaba a la abuela, y con ese dinero también ha mantenido a su segunda familia sin que Agnes se enterara. La considera su cajero automático. Sé que esperaba que le diese parte de la herencia para escapar con su amante, pero al desvelarle que conozco su mentira, se derrumbó frente a mí, e hizo un intento desesperado para que lo amparara. Lo despedí con la amenaza de qué si alguna vez vuelve a molestarme, llamaré a las autoridades económicas y le daré a conocer su engaño a Agnes.
Esta mañana me ha llegado una carta, en la que se me pide que transfiera todo el dinero de la abuela a una cuenta bancaria en las islas Maldivas, bajo la amenaza de asesinarme. Por eso lo llame a usted detective, para que me ayude a encontrar al chantajista.