XXI Edición
Curso 2024 - 2025
Jaque mate
Gema Aparicio, 17 años
Colegio Altozano (Alicante)
Loreto fantaseaba mientras miraba a través del microscopio, reproduciendo en su mente las partidas de ajedrez que, de pequeña, echaba con su abuelo.
–Loreto, ¿sabes lo que significa “jaque mate”? Procede del persa, “shah mat”: “el rey está atrapado” o “el rey no tiene escapatoria”.
Al abuelo le gustaba hacer paralelismos entre aquel juego y los retos que la vida iba a poner al alcance de su nieta:
–Cada decisión que tomes será una jugada que definirá tu futuro. Date cuenta de que durante la partida no se habla; simplemente se actúa. La única vez que hablamos es al final, para anunciar el “jaque mate”.
A Loreto le vino a la cabeza el ácido desoxirribonucleico, es decir, el ADN, capaz de dar luz a los crímenes más horribles. En ese momento, una mano se posó en su hombro.
–¡Loreto! Son casi las nueve de la noche; es hora de que te vayas a casa.
Era Lucas. Ambos trabajaban en el Instituto de Medicina Legal y Ciencias Forenses de la Comunidad de Madrid.
–Vaya; qué susto me has dado… Mira, Lucas, aún tengo que analizar unas muestras que he obtenido en la autopsia que he practicado esta mañana –le explicó Loreto, desviando sus ojos para no encontrarse con los de su compañero.
–¿La del anciano que apareció muerto ayer, solo, en su casa.
–Así es. Se llamaba Alberto Serrano –le explicó tímidamente sin alzar la cabeza.
–Y ¿qué has descubierto? –insistió Lucas, tratando de mirarla a los ojos.
–Nada reseñable. La Policía científica registró su vivienda y recogió algunas muestras. Alberto era viudo y vivía solo; apenas se relacionaba con sus vecinos. El asesino, al parecer, entró de madrugada y forzó la cerradura.
–Pero, durante la autopsia algo te habrá llamado la atención –el chico no se daba por vencido.
Loreto alzó la cabeza antes de proseguir:
–Alberto, que estaba dormido en su cama, murió por arma blanca. El asesino utilizó un cuchillo de grandes dimensiones que la policía ha localizado en un contenedor cercano al domicilio, pero no ha dejado huellas
–Iría con guantes –opinó Lucas.
–Eso mismo pienso yo –hizo una breve pausa–. Me llama la atención que los dedos de la víctima estén agarrotados, como si hubiera querido defenderse. He tomado unos restos que estaban debajo de sus uñas, que son precisamente los que estaba analizando cuando tú has entrado. Así que, con tu permiso, voy a continuar.
–Ojalá descubras algo interesante. Nos vemos mañana– se despidió con una amable sonrisa mientras colgaba su bata blanca en el perchero.
***
La noche anterior Alberto Serrano, como de costumbre, cenó solo. Cuando se acostó, miró la foto de sus cinco nietos que tenía sobre la mesilla de noche. Apenas lo visitaban. Tomó el marco con las manos y besó la imagen.
–Buenas noches –les deseó.
A las dos de la madrugada le despertó un ruido. Sobresaltado, se incorporó en la cama.
–¿Quién anda ahí?
La puerta de la habitación se abrió de golpe. Era un encapuchado, que portaba un cuchillo con el que le asestó una puñalada mortal. En un intento por agarrarse a un hilo de vida, el anciano arañó los brazos de su agresor, que estaban al descubierto. Acto seguido murió a causa de una nueva cuchillada.
***
Unas horas antes, Javier Solano había salido de su casa. De padres divorciados, vivía con su madre. Su adicción a las drogas caras le llevaba a gastar más dinero del que tenía. En aquel momento no recordaba que, a los dieciséis años, tuvo un altercado en los alrededores de una discoteca. La policía, tras detenerle, le practicó un frotis bucal para tomarle una muestra de saliva. Accedió voluntariamente, pensando que su disposición a colaborar le beneficiaría en el juicio. Como era menor de edad, todo quedó en una reprimenda por parte del juez y en una multa, que su madre pagó religiosamente.
Javier había vigilado al pobre anciano desde hacía unos días. Su intención era allanar su casa para robarle dinero con el que pagar sus adicciones. Aprovecharía la noche, mientras su víctima estuviese dormida. Sabía que la cerradura del piso era endeble; no le costaría entrar.
***
A Loreto el corazón se le aceleró cuando introdujo los restos que había encontrado en las uñas de Alberto en la base de datos de perfiles genéticos. Pensó en su abuelo: la reina blanca acababa de hacer un movimiento magistral; la partida estaba a punto de terminar. Después de diez interminables segundos, el ordenador arrojó el siguiente resultado: “Los vestigios biológicos encontrados coinciden al 99,99999 por ciento con los de un varón llamado Javier Solano García”.
«¡Jaque mate!» –pensó Loreto con orgullo.