VII Edición
Curso 2010 - 2011
Hijo de Adán
María Camblor, 16 años
Colegio Montealto (Madrid)
El sol amanecía sobre la isla. Sus rayos se tornaban verdes al colarse entre la vegetación insondable, y bañaban suelo, árboles, flores y fauna de la inmensa isla. La selva vibraba al son de una cascada: el ruido del agua reverberaba en cada hoja y se mezclaba con una ininterrumpida sinfonía de trinos, cacareos, silbidos, cantos melodiosos y grajeos estridentes.
El nerviosismo cundía entre la población avícola. El aire parecía contener la tensión reinante, que se sentía en el oxígeno, cargado de más humedad que de costumbre.
-Nuevas lluvias, nuevas noticias, viejo.
Quien así hablaba era Kinas, el loro, de aspecto decadente y vestido con un plumaje azul zafiro y verde esmeralda del que quedaban apenas unas plumas. A medida que se sucedían las estaciones, aumentaba su senilidad, por lo que nadie le tomaba en serio.
No era Kinas el único que palpaba algo extraño; el resto de la fauna voladora parecía presa de un extraño nerviosismo y realizaba con torpeza sus tareas cotidianas. La nectarina Bobonga se afanaba en succionar con su largo pico el néctar de las flores, pero se le hacía costoso en esta ocasión encontrar alimento para su insaciable camada de crías. Dos cacatúas -animales con fama de irascibles- discutían acaloradas por una razón que ni ellas conocían. Un tucán graznaba, importunado por un grupo de mariposas que revoloteaban presumidas en una revuelta nube de pétalos azabaches, rojos, dorados y añiles.
Rasgando el aire denso como un cuchillo, una noticia llegó volando con Jayo, el colibrí. Jadeante, se posó en lo más alto del más alto baobab:
-¡Animales, escuchadme!
Pero el sonido de aquella orquesta estridente se hizo más potente cuando los animales comenzaron a hablar excitados entre sí.
-¡Viejo! Nuevas noticias. ¡Te lo dije, viejo!
Alguien le replicó:
-Silencio, Kinas. No empieces de nuevo con tus graznidos.
Se precisó de varios minutos para acallar la avalancha de comentarios, antes de que Jayo pudiera ser atendido.
-¡Animales, escuchadme bien! -Por fin el silencio era total, salvando el caer del agua en la cascada y algún que otro cacareo-. Todos conocéis las antiguas leyendas que narran los ancianos de nuestro pueblo. -Se reanudaron los cuchicheos-. Desde tiempo inmemorial se habla de la existencia de un ser dotado de facultades superiores a las de los demás animales, cuya especie desciende de la Pareja Errante; jamás nadie de esta isla lo ha visto, pero se conoce que es peregrino como sus primeros padres. Todos sabemos que un día llegará a poblar toda la faz de la tierra. Además, se cree que es el animal más bello de la naturaleza. Pues bien -prosiguió-, escucha, selva: el día ha llegado. Las lluvias lo anuncian. El hijo de Adán está entre nosotros.
La fauna al completó estalló en coros de risas incrédulas, gritos de sorpresa y de espanto. Una voz se alzó potente entre aquel guirigay:
-¡Basta! ¡Silencio!
Todos enmudecieron ante la orden de Hayak, el ave del paraíso, emperador de la isla. El ave rey abrió las alas de sedosas plumas escarlata y su rostro tornasolado permaneció grave y solemne.
-Jayo, bien puedes decir verdad o bien nos puedes estar engañando. ¿En qué lugar le has visto para que podamos comprobar la veracidad de tus palabras?
Haciendo una reverencia, el colibrí respondió:
-Juro, Hayak, que no digo mentira. Y si queréis comprobarlo, os pido que me acompañéis y lo podréis ver con vuestros propios ojos.
Dicho y hecho. El colibrí alzó el vuelo seguido de su opulento interlocutor. El resto de los animales no pudieron acompañar su estela. De nuevo la isla bullía entre vuelos, comentarios, revoloteos, gritos y murmullos. El sol se hundió en el horizonte para dejar a la noche cubrir de oscuridad azul la isla. Cada animal se dirigió a su nido, cubil o madriguera hasta el nuevo día.
Al amanecer, se corrió la voz de que Hayak convocaba asamblea. Entonces se repitió la escena del día anterior, mientras los animales esperaban impacientes las noticias del rey. Cuando Hayak apareció, se hizo un silencio.
El ave rey habló así:
-Animales, Jayo, el colibrí, no mentía. He visto con mis propios ojos al hijo de Adán, al que llaman hombre. Hoy es un día grande en nuestra isla, porque es rey sobre todos nosotros y no existe otro ser vivo que se le compare. Es de aspecto enclenque. Es decir, no es fuerte como el león de la sabana. Camina torpemente sobre dos patas y no es veloz como el guepardo en las llanuras, el colibrí en los cielos o el delfín en los océanos. Os aseguro que su aspecto no es magnífico, pues apenas le cubre un pobre pelaje, no los plumajes de flor, oro y piedra preciosa que repuja a cualquier ave de la isla. Pero, asomándome a sus ojos, he podido contemplar lo que le hace más fuerte, más robusto, más bello que cualquier otro animal sobre la tierra: el hombre posee un alma inmortal.