XXI Edición

Curso 2024 - 2025

Alejandro Quintana

El trayecto 

Blanca Arroyo, 14 años

Colegio La Vall (Barcelona)

Caminaba bajo un sol abrasador. El aire caliente la aplastaba con cada paso y el asfalto parecía derretirse bajo sus pies. No veía un alma. La sensación de estar perdida aumentaba con cada paso que daba. No sabía cuánto tiempo llevaba andando, pero estaba segura de que era mucho. En la mano llevaba un número de teléfono, escrito con tinta permanente.

Llegó a un restaurante de carretera, cuya entrada estaba marcada por un cartel oxidado que apenas dejaba leer el nombre. En cuanto cruzó la puerta, las miradas de todos los clientes se clavaron en ella, recorriéndola de arriba abajo. Se sintió vulnerable al pensar que la juzgaban por su aspecto. Aunque estaba mareada, intentó parecer tranquila.

Al dependiente le brillaron los ojos al reconocerla. Susurró algo a un compañero que también se encontraba detrás de la barra, quien giró la cabeza lentamente. Sus ojos de color caramelo se abrieron con asombro, como si acabara de ver a un fantasma.

Ella intentó arreglarse un poco, dándose cuenta de lo sucia que estaba. Intentó aparentar calma, y a medida que se acercaba a la barra, las palabras comenzaron a formarse en su interior.

—¿Elena? —preguntó él.

Se quedó paralizada, pues en ese instante recordó su nombre. Le sorprendió que aquel desconocido lo supiera. Y eso la asustó aún más.

—¿Estás bien? Déjame llevarte a casa.

En una situación como esa, pocas personas aceptarían la ayuda de un extraño, pero Elena estaba desesperada. 

—¿Dónde está mi casa? —preguntó.

Él no le contestó. Hizo un gesto con la cabeza, indicando que le siguiera. Salieron del bar por una puerta lateral, que les condujo a un garaje en el que había unos cuantos coches de lujo. El hombre le señaló una camioneta roja.

El motor rugió al encenderse, y se pusieron en marcha. Fuera, el sol comenzaba a ocultarse, tiñendo el cielo de tonos rosados. A Elena el silencio en el interior del vehículo se le hizo insoportable. A cada segundo se sentía más ansiosa, porque necesitaba respuestas.

—¿Cómo sabes mi nombre? ¿Quién eres? —su voz temblaba.

Él, que tenía la vista fija en la carretera, tardó en responder. 

—No sabía que hablar era parte del trato —le respondió.

La irritación comenzó a apoderarse de Elena ante una respuesta tan fría. ¿Por qué le mostraba semejante frialdad? Volvió la mirada hacia su ventanilla. Un paisaje seco pasaba rápidamente ante sus ojos. De pronto, cayó en la cuenta del número que tenía escrito en la mano.

Nerviosa, rebuscó en los bolsillos y encontró un teléfono. Sin pensarlo, marcó el número. Hubo Un tono de llamada antes de que oyera una voz grave: 

—Hola, Elena. Ten cuidado en esta prueba. No te dejes manipular. Sobre todo, no te subas a la camioneta roja …

Y colgó. 

A la muchacha le invadió una oleada de pánico. Miró al conductor, intranquila. ¿Cuánto más sabía de ella? Inmediatamente tomó una decisión: abrió la puerta de la camioneta con un movimiento brusco y saltó a la carretera. 

Cuando se levantó, envuelta en polvo, estuvo segura de que por fin era capaz de tomar una decisión por sí misma. Elena echó a correr por la arena, allí donde la furgoneta no podía avanzar. El corazón le golpeaba el pecho. Todo había cobrado sentido: no era casualidad, era una prueba. La prueba. Y ella estaba allí por una razón. No para escapar, sino para superarla.