XX Edición
Curso 2023 - 2024
El superglue de
los recuerdos
Alejandra García Verdú, 14 años
Colegio de Fomento Vilavella (Valencia)
Un día Alejandra se encontraba en su casa de verano, viendo tranquilamente la televisión. Todavía llevaba el pijama puesto y tenía los pelos desaliñados. El reloj daba las doce cuando inhaló un olor a chamuscado. En un principio, pensó que los vecinos estaban haciendo una barbacoa, pero el olor se intensificó hasta el punto que percibió que había fuego cerca de ella.
Sin hacer aspavientos, se levantó y su mirada vagó por las diferentes estancias de la casa. En ninguna encontró señal de peligro, pese a que a medida que se adentraba, más intenso era el olor a quemado. Se dirigió a la última habitación, la de su hermanos. El calor aumentaba a cada paso.
De pronto, todos sus temores se hicieron realidad y todas sus sospechas se confirmaron: una llamarada se levantaba desde la cama de su hermano. Sus cinco sentidos se pusieron alerta y se le tensaron los músculos. Cuando el crepitar se camufló en una sospechosa y traicionera calma, Alejandra escuchó una vocecilla en su interior que le pedía que reaccionara y buscara ayuda.
Salió a la carrera para buscar a su hermano. Lo encontró en la terraza, le avisó del peligro y le dio la orden de salir de casa. Contra todo pronóstico, el niño se negó. Alejandra, alteradísima y tensa, le chilló que tenían que salir porque la casa estaba en llamas. Gracias a Dios, al fin acató sus órdenes.
«Una cosa menos», pensó.
Le faltaban las perras, Luna y Lola.
Las llamó una y otra vez. Al cabo de unos intensos segundos, probablemente los más largos de su vida, una perra apareció por debajo de la mesa. La cogió y la estrujó contra su cuerpo, como si alguien se la pudiera arrebatar. Pero faltaba Luna. Gritó a la desesperada hasta quedarse casi sin voz, pero la mascota no apareció. Empujada por el ansia, el miedo y la desesperación, Alejandra decidió marcharse. Cerró la puerta y echó a correr hacia la calle. Salió de la urbanización con los ojos rojos e hinchados por las lágrimas. Pedía a gritos que alguien llamara a los bomberos. Por suerte, apareció su madre. Alejandra le explicó la situación como buenamente pudo.
–Tranquila –le pidió su madre, quien, haciendo de tripas corazón, entró en la casa.
Unos minutos después apareció con la otra perra. El alivio que sintió Alejandra fue casi sobrenatural. Luna estaba sana y salva.
El incendió se extinguió sin que hubiera que lamentar heridos. Aquel día pervivió en su memoria como si se lo hubieran pegado con Superglue. Al echar una mirada hacia el pasado, Alejandra se sintió orgullosa al saber que fue entonces cuando superó su miedo al fuego.