XXI Edición
Curso 2024 - 2025
El sindicato
Mònica Giménez Fernández, 17 años
Colegio La Vall (Barcelona)
Sam se levantó de un salto en cuanto sonó el despertador. Se puso su remendada chaqueta y salió de casa. Subió primero calle arriba, pero frenó en seco al cabo de unos instantes; aquel era el camino a su trabajo, y lo había tomado por inercia. Sin embargo, por primera vez en mucho tiempo, él no iba a trabajar. Como la mayoría de los empleados, había decidido secundar la huelga que el sindicato había convocado. Elevó las cejas, dio media vuelta y se dirigió hacia la avenida principal.
Enfrente de la sede de la empresa, una marea de gente se apretujaba ante una plataforma, en la que los representantes de los trabajadores iban a pronunciar distintos discursos. Sam se abrió paso entre la multitud. Pasó al lado de un hombre tocado con un sombrero extravagante, que bebía té de un termo. La baja estatura de Sam le dificultaba progresar en su camino, pero después de muchos esfuerzos logró situarse frente al escenario, al lado de un joven pelirrojo que vestía un grueso jersey granate. El primer orador, un hombre con bastón y bigote, de porte regio, subió a la plataforma entre aplausos. Su voz, diáfana gracias a un micrófono, resonó en la avenida:
–¡Compañeros, estos años en los que hemos sido menospreciados han llegado a su fin! –. Los presentes estallaron en atronadores aplausos. Envalentonado por aquellos vítores, el orador prosiguió: – No han querido escuchar nuestras demandas; por eso, ahora deberán atenerse a las consecuencias. No les pedimos que nos aumenten el sueldo, ni que reduzcan nuestra jornada laboral. Solo queremos que nos respeten, es decir, disfrutar del mismo reconocimiento que ellos reciben. ¡Esta es la primera huelga general que convoca este sindicato, y la mantendremos en pie hasta que los patrones cedan!
Cuando John Watson, líder del sindicato de los personajes secundarios, acabó su discurso, Sam y el resto del público lo ovacionaron, aunque no eran del todo conscientes del caos que aquella huelga iba a desatar.
***
“–Elemental, mi querido Watson –dijo el detec…”
Mateo observó sorprendido su edición de “Estudio en Escarlata”, pues la tinta con la que estaban plasmadas aquellas frases que conocía como la palma de su mano, había empezado a desaparecer. Asustado, salió de su cuarto a la carrera con el ejemplar en la mano.
–¡Mamá! ¡Mamá!... Aquí ocurre algo raro. Verás, mi libro...
En otro hogar, Ana parecía cautivada por una novela.
–Papá, ahora pongo la mesa, pero espera un rato… ¡Tengo que saber qué ocurre!
Estaba ansiosa por descubrir qué pasaría con Alicia y sus disparatados compañeros a la hora del té, mas a causa de una situación sorprendente, no pudo descubrirlo.
En otra ciudad, María deslizó sus dedos por las líneas que narraban su aventura de tinta y papel favorita. Había empezado a seguir a Harry Potter y a Ron, que se acababan de adentrar en el Bosque Prohibido, pero las palabras que formaban aquellas imágenes se habían volatilizado.
***
En la sede central de la CIAF, la Compañía Internacional de Aventuras y Ficción, estalló el caos. Una alarma había roto a aullar y los trabajadores corrían por los pasillos para comunicarse los unos a los otros la terrible noticia. A causa de la huelga general que habían convocado los personajes secundarios, a quienes una y otra vez les privaban de convertirse en protagonistas principales de nuevas aventuras, las palabras impresas estaban desapareciendo de todas las novelas del mundo.
El consejo directivo se reunió para discutir la situación. Lo componían los héroes, es decir, los protagonistas más populares de todos los tiempos, que tenían diversas edades y procedencias: Alicia, Sherezade, Romeo, Harry Potter, Ulises y el Conde de Montecristo entre otros. Sherlock Holmes, que presidía la reunión, entrelazó sus manos de finos dedos frente a su nariz aguileña, tomó aire y se dirigió a sus compañeros:
–La situación que implica a los personajes secundarios de nuestras historias se ha descontrolado. Sin embargo, a pesar de lo que está ocurriendo en los libros, no estoy seguro de que, por el bien de los lectores, sea adecuado ceder a sus demandas. Al fin y al cabo, como nosotros somos los protagonistas de esas historias, me pregunto qué imagen daríamos si empezamos a compartir nuestro protagonismo principal con ellos. ¿Creerían nuestros lectores que los héroes que admiran no somos capaces de resolver los problemas a los que nos enfrentan los autores?
El resto de los miembros asintió. No así Frodo Bolsón, que desde el momento en que supo lo ocurrido concentró sus pensamientos en toda la gente que iba a perder el placer de leer. El hobbit entendía que la importancia de su trabajo reside en hacer felices a los lectores al mostrarles nuevas maneras de entender el mundo a través de la literatura, lo que no es posible sin la participación de los personajes secundarios. Así pues, tomó la palabra para replicar al detective:
–¿No os dais cuenta de que no somos capaces de mantener la tensión narrativa por nosotros mismos? Por eso los necesitamos y por eso, ahora que no están, el texto de las novelas desaparece –lanzó una mirada a los convocados–. Necesitarlos no nos hace débiles sino más humanos. Por tanto, ¿no sería justo darles la oportunidad de enseñar al mundo su punto de vista?
Tenía en la cabeza a su fiel amigo Sam, quien en incontables ocasiones lo había ayudado en su difícil misión, pero sin recibir su justa recompensa a cambio: la de mostrar su perspectiva a los lectores.
«¡Cuánto podrían estos aprender de mi buen y fiel amigo!», suspiró.
Podrían aprender de su valentía, de su esfuerzo, de su tenacidad y alegría. Tan solo le debían dar la oportunidad de explicar su versión de la historia.
La estancia se quedó en silencio. Alicia se mordía las uñas y Harry Potter, nervioso, se recolocó las gafas. Las mejillas del siempre imperturbable investigador se habían teñido de escarlata ante las palabras del valiente hobbit. Sherlock Holmes se aclaró la voz antes de pronunciar:
–¡De acuerdo, vamos a arreglarlo!
Sam Sagaz Gamyi escuchó la voz de su señor a través de un micrófono. Frodo explicó que los protagonistas firmarían un acuerdo con el sindicato, para que hubiera igualdad en el protagonismo de cada novela. Satisfecho, Sam acudió a la sede de la CIAF. Frodo seguía hablando desde el estrado. Los ojos de los hobbits se cruzaron. Entendieron que eran héroes por igual ante los ojos del mundo, y sonrieron.
***
–¿Qué quieres que te diga? –le comentó su madre mientras pasaba las páginas del libro–. Por lo que veo, no le pasa nada.
Mateo tomó la novela entre sus manos y la abrió al azar. Comprobó que se había vuelto a cubrir de párrafos.
“–Elemental, mi querido Holmes –le dijo Watson al detective”, leyó Mateo.
–Algo raro sí que pasa en este libro: y parece de lo más interesante.
Sin más dilación, volvió a su cuarto y se sumergió en la lectura.