XXI Edición

Curso 2024 - 2025

Alejandro Quintana

El reencuentro 

Laura Joaniquet, 15 años

Colegio La Vall (Barcelona)

Hugo se asomó a la ventana. El día había amanecido gris, lo que no le presagiaba nada bueno. A sus cuarenta y siete años y después de una larga temporada en el paro, al fin había encontrado una oportunidad para retomar su carrera profesional.

Se incorporó de la cama, dispuesto a dar lo mejor de sí en la entrevista, a pesar de que el trabajo al que se postulaba nunca había entrado en sus planes. Con su título de economista, sentía como una condena trabajar de comercial en una multinacional de electrodomésticos, pero eso era lo único que había. Tal era el nerviosismo que lo dominaba, que no pudo desayunar.

Al entrar en la estación del metro sufrió un traspié que lo derribó al suelo. Se levantó rápidamente y entró en el vagón justo antes de que las puertas se cerraran. Una hora más tarde llegó a su destino: el edificio de Apli-Nov, la central de ventas de la compañía. Grandes ventanales iluminaban el interior del edificio y el aroma a café aportaba un tono de familiaridad a la elegante decoración de la sede, fortaleciendo la sensación de unión entre los trabajadores y los clientes.

Hugo tenía tanta necesidad de un empleo que ni siquiera le había dado importancia a la oferta: la leyó deprisa y, sin dilación ni revisar los detalles, aplicó al puesto. Por eso, en aquellos momentos le vencía una incómoda inquietud.

A los quince minutos de permanecer sentado en una sala de espera, apareció una secretaria.

—Es su turno, señor.

Hugo se levantó de la silla, se ajustó la corbata y la siguió.

Al cruzar la puerta, se quedó paralizado al ver quién estaba sentado detrás del escritorio de aquel imponente despacho: era su antiguo socio, que también abrió los ojos con asombro.

—Buenas tardes, Hugo —le saludó Víctor, tendiéndole la mano mientras esbozaba un gesto que denotaba algo de desdén.

Su último encuentro había sido en los juzgados, durante una amarga batalla legal a causa de un fraude contractual. Habían pasado los años, pero el rencor de Víctor estaba tan vivo como el primer día.

—Buenas tardes, Víctor —le respondió Hugo, tragando saliva.

Cuando se estrecharon las manos, Hugo percibió que Víctor lo analizaba detenidamente. Le bajó un escalofrío por la espalda al considerar los posibles desenlaces de aquella reunión: volvería a su casa sin empleo o daría comienzo a una vida infernal en aquellas oficinas.

Tras un momento de silencio, decidió hacer algo que no entraba en sus planes y que pondría fin a tantos años acumulados de remordimiento.

—Víctor, antes de todo quiero que sepas que me arrepiento de haber hecho lo que hice. No fue justo, ni para ti ni para la empresa. Te necesitábamos, pero por culpa de mis celos todo se fue a pique.

Hubo un silencio tenso hasta que Víctor asintió, conteniendo la rabia:

—Empiezas el lunes. Pero, que sepas que aquí no se admiten errores.

Hugo abandonó el despacho de su otrora amigo reflexionando acerca de las segundas oportunidades.  

«He tenido suerte», sonrió