XX Edición

Curso 2023 - 2024

Alejandro Quintana

El misterio del Cordero 

Andrea de Meer, 15 años

Colegio María Teresa (Madrid)

El señor Butterstock era una persona rutinaria. Se levantaba sobre las seis de la mañana, se aseaba y se ponía su traje azul oscuro, una corbata roja, una camisa blanca y se calzaba unos zapatos de charol negro. En las mañanas frías primaverales usaba un abrigo de paño largo, también azul. Sobre las seis y media se dirigía a la cafetería que había en la esquina de su bloque, donde se tomaba un café solo con azúcar.

El señor Butterstock era un hombre de banca en toda regla, que definía su trabajo como «ayudar a viudas a redactar su testamento», cosa que no era cierta, ya que apenas trataba con ancianos sino con jóvenes en busca de préstamos para pagar la hipoteca. 

La gran afición del señor Butterstock era el arte. Le encantaba salir del trabajo y pasarse las horas escudriñando hasta el mínimo detalle en cualquier cuadro magistral, ya fuese de Velázquez, Monnet o Goya. Una de las obras que admiraba era “El Cordero Místico”, del pintor flamenco Van Eyck. Le asombraba cómo el artista había utilizado la perspectiva, de tal manera que la cría de ovino se encontraba en el centro, en referencia a Dios como eje del Universo. Admiraba tanto esa obra que se pasaba las horas en la catedral de San Bavón, en Gante. Algunos fieles se escabullían hasta el primer banco del templo, en donde estaba el señor Butterstock, para charlar sobre aquella maravillosa pintura.

Una tarde, el señor Butterstock salió del trabajo y se encaminó hacia la catedral. Andaba con una sonrisa, feliz ante la perspectiva de su habitual encuentro con el óleo, pues había pasado más de una semana en cama a causa de una gripe.

Llegó, se dirigió hacia la primera fila y se sentó enfrente del cuadro. Observó de nuevo la luz, las emociones de los distintos angelitos, la paloma del Espíritu Santo que bajaba desde el cielo…, pero enseguida le pesó una sensación de que algo iba mal; percibía que al cuadro le había sucedido una desdicha. Se fijó en que el cordero se había movido ligeramente a la derecha; ya no estaba en el centro de la pieza. Así que se levantó y fue a hablar con el sacristán.

—Buenas tardes, señor sacristán — saludó el señor Butterstock.

—Buenas tardes, amigo mío —-le correspondió el sacristán.

—¿Ha pasado algo recientemente con el cuadro?

—Sí; nos lo trajeron anteayer después de una ligera restauración.

—¿Qué?

—Sí, es terrible. Una tubería se rompió y le cayó un poco de agua.

—Y, ¿cuándo fue eso? 

—El lunes pasado, sino recuerdo mal.

—Oh-lá-lá. Espero que todo esté solucionado.

—Todo en orden, señor Butterstock. Esta mañana colgaron el cuadro en su sitio.

—Permítame una curiosidad… ¿Cuál ha sido la empresa encargada de la restauración? 

—Ars Restitutio. ¿Por qué? 

—Por nada; pura curiosidad. Gracias por todo —se despidió apresuradamente—. Adiós, mi buen amigo.

—Adiós, señor Butterstock. Le veré mañana.

Pero el señor Butterstock. se quedó intranquilo. Algo le había pasado al cuadro y lo tenía que descubrir.

El lunes siguiente el señor Butterstock no trabajó, así que decidió ir a visitar Ars Restitutio. Salió de su casa y llegó a L’avenue d’art, en la capital belga, en donde había varias galerías de arte y algún que otro centro de restauración. 

Una vez en Ars Restitutio, lo recibió una recepcionista de avanzada edad, con una mirada afable y un brillo travieso en los ojos, a la que le preguntó si sabía algo sobre la rehabilitación del famoso cuadro, ya que era un admirador de esa obra maestra y sentía curiosidad por saber cómo había sido el proceso. 

La recepcionista le respondió que les llamaron desde la catedral el lunes anterior. Al tratarse de una obra importante, que recibía miles de visitas al año, la repararon el viernes de esa misma semana. Ante el interés del señor Butterstock, aquella mujer le ofreció visitar los talleres, lo que él aceptó encantado. 

Entraron en una primera sala, en la que la recepcionista le fue explicando cada herramienta: para qué servía y cómo se utilizaba. El señor Butterstock lo miraba todo asombrado, con el mismo brillo en los ojos que un niño en la mañana del seis de enero.

Anduvieron por todos los talleres, hasta que llegaron al último, en donde el señor Butterstock encontró el informe sobre la restauración. Al hojearlo, se dio cuenta de que aquella obra no era la original, pues aunque los papeles hablaban de “El Cordero Místico”, una foto demostraba que se trataba de otro cuadro que también tenía un cordero. Enseguida reconoció que se trataba de “Agnus Dei,” un lienzo de Zurbarán.

–¿Podría hablarme de este cuadro? –Le solicitó a la recepcionista, al tiempo que alzaba el informe.

Por lo visto, lo habían enviado desde Madrid para que lo restauraran. El señor Butterstock al fin comprendió qué había ocurrido, pero no lo compartió con aquella mujer, de la que se despidió tras darle las gracias por su amabilidad. Enseguida salió del comercio y volvió a su casa. 

Al día siguiente, una vez acabó sus labores en el banco, se encaminó hacia la catedral para tomar asiento allí donde acostumbraba. De camino se topó con un inspector de policía al que conocía desde joven, y se acercó a hablar con él para compartirle sus dudas acerca de las telas de Van Eyck y Zurbarán. 

Una vez conversaron tranquilamente, se alejó del inspector para colocarse de nuevo frente al cuadro. De pronto, algo se apoderó del interés del señor Butterstock, que en un arrebato sacó un cortaplumas de bolsillo y rasgó la tela en dos. Acto seguido, cayó desplomado, presa de la emoción. 

El señor Butterstock se levantó dos días más tarde. Se encontraba en un hospital frente a la recepcionista de Ars Restitutio que, afable, le contó, repitiendo el testimonio del comisario, que antes de rasgar el lienzo había gritado a los cuatro vientos que era falso. 

–Después de una rápida investigación, la policía ha recuperado el original en el interior del camión de una empresa de  transportes que se dirigía a Marruecos. 

“El Cordero Místico” fue devuelto a su lugar el domingo siguiente, después de la celebración de una misa en desagravio. El señor Butterstock fue presentado ante los presentes por el obispo y el alcalde de Gante, al que calificaron de ciudadano ejemplar. Le entregaron unas tijeras con las que cortó una cinta roja, bajo la ovación del público.