XXI Edición

Curso 2024 - 2025

Alejandro Quintana

El cisne 

Daniel Calero, 18 años

Colegio IALE (Valencia)

–A veces noto que me está mirando.

–Mhm…

–Noto la presencia de su penetrante mirada, tratando de llamar mi atención.

–¿Sueles hablar con ella?

–Cuando la encuentro en mi calle de camino a casa, apoyada en la fachada, fumando, vestida de negro como siempre. Me pregunta cómo me ha ido el día, cómo van mis ánimos, me suele ofrecer algún cigarro para calmar mi ansiedad, me ruega que me vaya con ella, que nos fuguemos lejos. Me llena la cabeza prometiéndome que los dolores y mis problemas desaparecerán. Yo dudo en responderle, pero al final le acabo diciéndole lo mismo: que aún tengo cosas por acabar, que de momento es mejor esperar un poco.

–¿Te insiste?

–No. Escucha callada mi respuesta, sin mirarme a la cara, para después hacer una mueca de desaprobación, murmurar algo y marcharse.

–¿Pero te sientes atraído por ella?

–No lo sé. Reconozco que hace que me sienta más tranquilo, más relajado, como si al estar con ella soy yo mismo.

–¿Y sabrías decirme qué tiene ella que no tengan los demás?

–Quizás la forma en la que me mira cuando le hablo, la forma en la que pronuncia mi nombre al llamarme, el roce de sus frías manos sobre las mías. Desde que la conocí no me la puedo sacar de la cabeza.

Sonó el telefonillo, interrumpiendo la conversación y los pensamientos de Hugo. Alfredo se disculpó; le dijo que lo sentía pero que tenía que resolver un asunto urgente, y lo citó para dos días después. 

Hugo salió de la consulta dando profundos suspiros de alegría. Retomó la ruta a su casa envuelto en sus pensamientos, que se desvanecieron en cuanto llegó a su calle y volvió a ver a Quirina apoyada en la fachada, fumando como de costumbre y vestida de negro. 

–Hoy has llegado antes –le dijo apenas lo vio.

–Sí, es que…

–…es complicado –le cortó, terminando la frase de Hugo.

Le volvió a ofrecer un cigarrillo, que esta vez el chico aceptó. Mientras tosía a causa de las primeras caladas, Hugo le explicó que, en cierto modo, se había acostumbrado a que la gente le tratara como si no le pasase nada. Pero no era cierto. Necesitaba una luz. A veces soñaba con un brazo firme que le sacaba del pozo. No sabía cómo explicárselo. 

Ella lo miraba como si realmente le entendiera. Se acercó a él y de puntillas le susurró al oído: 

–Yo puedo arreglarte. 

A Hugo le volvieron a invadir las dudas, las incertidumbres. Tenía miedo. La presencia de Quirina le arrastraba. Un escalofrío le recorrió la espalda.

–No –pronunció con decisión–. No pienso ir contigo.

–¿Cómo dices?

Hugo se serenó, pensó en sus padres, en Andrés, en Blanca, en Pablo… Sus piernas estaban firmes, como si le pesaran más y estuvieran llenas de fuerza. 

Pensó en sí mismo. Sí, pensó en él, por fin. Entonces su voz cobró fuerza, se llenó de sentido, se hizo valiente y dejó de temblar.

–No voy a ir –le advirtió con el ceño fruncido–. No quiero ir. Tengo muchos sueños que cumplir, Quirina. Quiero el amor que me dan los demás, los que han estado conmigo desde siempre, y quiero corresponderles con mi amor. Ha llegado el momento de empezar a sonreírle a la vida. Necesito sentir cosas buenas, cosas que tú no me ofreces porque no me las puedes dar. Es verdad que casi me convences, pero no lo has conseguido, así que, por favor, márchate y no vuelvas a molestarme. 

Miró al frente: ella ya no estaba. El muchacho tenía los puños cerrados. Dos lágrimas caían por sus mejillas. La tensión se mezcló con una alegría intensa. La palabra esperanza nunca había sonado tan fuerte en su mente. Había decidido quedarse… para vivir. Todo cobró sentido. ¿Cómo no lo había visto antes? ¿Cómo había estado tan ciego? 

Hugo sonrió. Su alma blanca era, por fin, un cisne en aguas tranquilas.