XXI Edición
Curso 2024 - 2025
El chico de la guitarra
Mariona Martí, 15 años
Colegio La Vall (Barcelona)
Ena odiaba la vida por culpa de Marcos, un chico que llegó aquel curso al instituto. Tenía una frondosa cabellera castaña y ojos marrones, y los viernes aparecía en el aula con una guitarra a la espalda. Si la mayoría de las asignaturas que Ena estudiaba eran científicas, pues quería estudiar biomedicina cuando llegara a la universidad, las de Marcos eran artísticas, pues soñaba hacerse experto en composición musical, así que sólo coincidían durante dos horas a la semana, en una optativa. Eran como el día y la noche: ella, seria y fría, muy exigente consigo misma, adicta a los libros y al café solo sin azúcar. Él, todo lo contrario: amable, risueño, extrovertido, amante de la música y de los dulces.
A Ena sus amigas le hablaron del chico nuevo. En cuanto lo vio, su respiración se detuvo por un segundo. Había algo encantador en cabello despeinado, en su sonrisa ligeramente torcida y en su manera de caminar. Apartó la mirada rápidamente, pues después de un par de experiencias muy dolorosas había decidido que lo mejor era olvidarse del amor y centrarse en sus estudios. Pero comenzaron a venirle a la cabeza los tontos chistes que hacía Marcos en clase, y su disposición a ayudarla siempre que ella hacía una pregunta en voz alta.
Ena empezó a buscarlo con la mirada por los pasillos abarrotados de alumnos, y apartaba la mirada en cuanto establecían un contacto visual. En las clases que compartían lo observaba desde la última fila, sonriendo como una idiota, ajena a lo que estuviera explicando el profesor. Algunas veces Marcos la descubría de tal guisa, y le dedicaba una sonrisa tímida.
La muchacha incluso lo seguía hasta la sala de música, y permanecía junto a la puerta para oírlo tocar y cantar. Él, que sabía dónde se encontraba Ena, también se pegaba a la puerta para que pudiera escucharle.
Ena notó que desde que apareció Marcos en el instituto, ella se comportaba de una manera más amable, más comprensiva, muy distinta a como había sido antes. Eso la asustaba. Había tenido malas experiencias con otros chicos de clase que terminaron por compararla con sus amigas, para decir que no era igual de guapa que las demás. Habían jugado con sus sentimientos, con su manera de actuar, con sus gustos… Ella creía en un amor de cuento de hadas, y quería encontrarlo, pero como el corazón no debe romperse a menudo, terminó recubriendo el suyo con una capa de dureza. No podía permitir que Marcos entrara en su vida para que, un tiempo después, le dejara herida. Sin embargo, con sus gestos caballerosos, su risa estruendosa y sus canciones, el chico le hacía sentir que él no era igual a los demás, que podía confiar en él.
Una tarde decidió tomar cartas en el asunto. Hacía un buen rato que había sonado la campana y el instituto estaba casi vacío. Ena deambuló por los pasillos hasta que encontró a Marco. Charlaba alegremente con una chica muy guapa de otro curso, que lo miraba coqueta mientras se enroscaba un mechón de pelo en el dedo.
Ena se dio la vuelta, con el ánimo roto en pedazos. Mientras salía hacia la calle se mintió a sí misma, para convencerse de que Marcos no le gustaba tanto, pero antes de poner un pie fuera del edificio, un torrente de lágrimas le empapaba las mejillas.
No se dio cuenta de que Marcos la había visto llegar con el rabillo del ojo. En cuanto la vio marcharse, fue detrás de ella, dejando a la otra chica plantada.
—¡Ena! –posó su mano en el hombro de la muchacha–. ¿Te apetece tomar un café?