XXI Edición
Curso 2024 - 2025
El amigo imaginario
Ignacio Morote, 16 años
Colegio Tabladilla (Sevilla)
Soy Bob; así me llama Carlos. Soy su amigo imaginario. Llevo viéndole crecer desde que tenía tres años. Juntos hemos jugado a ser exploradores en una isla, astronautas en el espacio o agentes secretos en la guarida del mal. Hemos disfrutado de tantos momentos divertidos… Pero nada dura para siempre. Los niños crecen, comienzan el colegio, hacen amigos y se hacen mayores.
Hay quien dice que los buenos amigos son para siempre, que una amistad fuerte es difícil de romper. Ahora compruebo que todas esas frases se agarran a una esperanza que me empieza a faltar.
Aunque no lo parezca, estoy asustado. No me queda mucho tiempo aquí y no puedo hacer nada para cambiarlo. Cuando el niño que te creó deja de pensar en ti, desapareces para siempre. Por eso necesito que Carlos, que me dio vida y ahora es el culpable de que vaya a desvanecerme, vuelva a creer que soy real. No será fácil, porque no puede oírme desde que empezó a prescindir de pronunciar mi nombre.
En ese instante apareció Marta, nuestra vecina.
–Carlos –gritó desde la calle–, ¿bajas a jugar? Vente con Bob, que yo he traído a Blue.
Carlos se asomó por la ventana.
–¿Bob? -le preguntó extrañado–. Si ya no tengo amigos imaginarios. Además, voy a ir al cine con Marcos. Mejor quedamos otro día para lanzar unas canastas.
Marta se fue cabizbaja, con su amigo imaginario al lado.
-Tengo que hablar con ella –me dije.
Al día siguiente me acerqué a su casa. Estaba tomando el té con Blue. ¡Cuánto eché de menos la compañía de Carlos!...
-Blue, Marta, necesito vuestra ayuda –les dije nada más saludarlos–. Carlos se está olvidando de mí. Tienes que hablar con él, Marta.
-¿Yo? -pronunció con desánimo-. Si ya no le intereso.
-¡Tengo un plan! –le anuncié–. Mañana vas a su casa y le preguntas si todas las aventuras que hemos disfrutado juntos, las islas desiertas, las profundidades de los océanos o el centro de la tierra, fueron falsas.
Marta aceptó mi propuesta. Al día siguiente se encontró con Carlos y le hizo esa pregunta.
-Sí -le contestó el muchacho-, todo es mentira. Esos mundos estaban en mi imaginación.
–¿Por qué estás tan seguro?
–Mira, ninguno de mis familiares creyó que fueran reales. Y ahora déjame tranquilo, que tengo que escribir un relato para el colegio.
Cuando ella me lo contó, me sentí impotente. Decidí tumbarme en la cama boca abajo y rompí a llorar. Al tiempo que mi cuerpo iba desapareciendo, caí en un sueño profundo en el que entendí que llegaba el final de mi existencia, hasta que una voz me despertó:
-Bob, vente, que nos vamos a la luna.
Levanté la cabeza. Carlos abría la boca en una sonrisa a la que le faltaba un diente. Llevaba un pequeño artilugio en la mano.
-Hay que terminar el cohete. ¡El ratón Pérez me ha traído la pieza que nos faltaba!
Sorprendido, le miraba sin dar crédito.
-¿Te pasa algo?
-Bueno, pues… -alegre, respondí:-¡Que no entiendo qué hacemos que no estamos reparando ya ese cohete!