XXI Edición

Curso 2024 - 2025

Alejandro Quintana

Don Pedro López
y su guitarra 

Ignacio Sánchez Albert, 16 años

Colegio Stella Maris La Gavia (Madrid)

La vida transcurría plácidamente en Bujalance, hasta que llegó un joven llamado Pedro López con su guitarra a la espalda.

Se sentó en el suelo de la plaza, una glorieta rectangular decorada con varias hileras de naranjos, y se puso a tocar. Lo hacía con tanto arte que los vecinos no tardaron en acercarse a escucharlo. Pedro era capaz de que aquella guitarra riese, llorase, gritase o cantase al antojo de sus manos, provocando que al público se le erizase la piel. Algunos trataban de darle una propina, pero él la rechazaba. Lo único que le interesaba era tocar su guitarra.

Muchas eran las personas de Bujalance que se preguntaban cómo hacía para sobrevivir, pues se pasaba el día entero en la plazuela, concentrado en su instrumento. Nadie lo había visto comer.

Así pasaron los años. La habilidad de Pedro fue aumentando a la par que su fama. Los pueblos de la región conocieron la noticia, y fueron muchas las personas que acudieron a escucharle. Más adelante fue gente de todos los rincones de España la que empezó a peregrinar a Bujalance para oírle. Había días que en la plaza no cabía un alma. 

Pasados cuarenta años desde su llegada al pueblo, el ayuntamiento recibió una carta de manos de un mensajero. Traía el remite de la Casa del Rey. El monarca estaba muy interesado en escuchar a Pedro y anunciaba que viajaría a Bujalance a la semana siguiente. El nerviosismo se contagió entre los vecinos como un virus. No tardaron poner las calles a punto para recibir tan insigne visita.

Cuando fueron a buscar a Pedro para avisarle del magno acontecimiento, no lo hallaron en la plaza. Alarmados, los habitantes de Bujalance comenzaron a buscarlo. Tras varias horas, una mujer descubrió al guitarrista tirado bajo la sombra de un árbol. El músico había caído enfermo, pero nadie sabía el motivo. No pudieron hacer nada más que esperar a que se recuperase antes de la llegada del rey.

El rey llegó acompañado de cientos de músicos y soldados. Al lado del monarca se hallaba su médico, que lo seguía a todas partes. El cortejo se detuvo en la plaza, llena de gente. Cuando el monarca se bajó de su caballo, el alcalde, entre lágrimas, le explicó la situación. El rey no podía creer lo que oía, pues su viaje había perdido todo el sentido. De pronto, un grupo de personas comenzó a gritar y a señalar una de las calles del pueblo. Por ella apareció Pedro, pálido como un fantasma y tambaleándose de un lado a otro. Se puso a caminar con la ayuda de su guitarra, que le hizo las veces de bastón. Al ver al rey, el músico lo saludó con una leve reverencia y se sentó cerca de él. La multitud guardó silencio y el soberano le indicó a Pedro que podía comenzar a tocar. Éste le obedeció e inició el espectáculo.

Su guitarra sonó como nunca antes nadie la había escuchado. El instrumento susurró las cosas más hermosas jamás oídas. Los dedos de Pedro se movían a una velocidad sobrecogedora, bailando por encima de las cuerdas. De pronto, un extraño sentimiento recorrió el espacio, conmoviendo a todos los oyentes. El rey se sentía tan estremecido que comenzó a llorar. Al acabar el recital, el artista inspiró profundamente y falleció.

Tras la autopsia, realizada por el médico real con ayuda del barbero de Bujalance, se determinó que el guitarrista había perecido por inanición. Según aquel galeno, Pedro llevaba sin comer cuarenta años. 

La muchedumbre lloró desconsoladamente. El rey, conmocionado, asistió al funeral y decretó tres días de luto en el pueblo, en cuyo cementerio fue enterrado el guitarrista. En su lápida quedó grabada la siguiente leyenda: 

«Aquí yace don Pedro López, que vivió alimentado por su arte».