XXI Edición
Curso 2024 - 2025
Cuando los contrarios
se atraen
Keysi Marcos, 15 años
Colegio Santa Margarita (Lima, Perú)
Ren vivía como detrás de un vidrio, lejos de todo y de todos. El médico le había diagnosticado que sufría alexitimia, un nombre demasiado complicado para una condición que le hacía ser un espectador en vez de un participante. Para él, las emociones eran como sombras en una pared: las veía, pero no lograba tocarlas. Aunque era un padecimiento difícil de llevar, se había acostumbrado a que los demás le vieran como un muchacho “extraño”. Por eso, cuando Adrián llego a su vida lo sintió como si fuera un huracán, pues era todo lo contrario a él: impulsivo, ruidoso y temperamental. Se metía en problemas con los ojos cargados de un fuego que parecía quemarlo por dentro. Y los demás chicos no se atrevían a acercársele.
Su primer encuentro fue un desastre. Adrián empujo a Ren porque se cruzó en su camino.
–A ve si miras por dónde vas –le gruñó con enojo y el ceño fruncido.
Ren no le respondió, porque no sabía cómo hacerlo. Para él los enfrentamientos no tenían sentido, así que lo miro con ojos tranquilos, casi vacíos, mientras aquel desconocido se marchaba maldiciéndolo por lo bajo.
Pero el destino parecía empeñado en unirlos. Allí donde Adrián buscaba pelea, Ren estaba presente. Aquel adolescente provocativo, buscó despertarle alguna reacción, pero Ren nunca le respondía.
Una tarde, Ren se lo encontró en una situación distinta. Adrián estaba solo, sentado en una banca con las manos cubriéndole el rostro. Había algo quebrado en su interior; de pronto, parecía vulnerable, como si su rabia hubiera sido drenada. Ren le preguntó:
–¿Te encuentras bien?
Adrián lo miró con desconfianza y soltó una carcajada amarga.
-Y a ti, ¿qué te importa? –su voz carecía de la fuerza habitual–. Ni siquiera sabes lo que es estar mal.
Ren se encogió de hombros.
–Tampoco parece que tú sepas lidiar con tus sentimientos.
Adrián se quedó sin palabras. Por primera vez en mucho tiempo, no encontró una burla o un insulto. En lugar de despedir a Ren, dejó que su silencio se convirtiera en una invitación tácita a que se sentara a su lado. Así lo hizo, y aunque en un principio Adrián pareció incomodo, poco a poco comenzó a hablar con él, contándole pequeños fragmentos de su vida: una familia ausente, el peso de la rabia incontrolable y el vacío de sentirse incomprendido.
A partir de ese momento, empezaron a encontrarse, primero por casualidad y luego porque ambos lo necesitaban. Ren notó que Adrián compartía sus silencios. Adrián, a su vez, halló la compañía de alguien que no juzgaba su irascibilidad, que no intentaba cambiarlo ni entenderlo, que lo aceptaba tal como era.
Ambos formaron un vínculo extraño, pero real. Aunque Adrián seguía siendo un muchacho explosivo, encontró en Ren un extraño equilibrio. Cuando era fuego, Ren actuaba como el agua. Cuando gritaba, Ren callaba. Esa peculiar dinámica hizo su efecto. Adrián le enseño que no todas las emociones son peligrosas, que a veces la furia es reflejo de un dolor profundo, y Ren que el silencio no siempre es un reflejo del vacío, que puede llegar a ser un refugio.