VII Edición

Curso 2010 - 2011

Alejandro Quintana

Abuelos

Blanca Gil de Sola, 15 años

                 Colegio La Vall (Barcelona)  

Se me encoge el corazón cada vez que veo a un anciano por la calle, usando bastón y caminando con dificultad. Tal debilidad se debe a la muerte de un ser muy querido: mi abuelo.

Sé que mucha gente no entiende el dolor por tal pérdida, porque no se da cuenta de la importancia que tienen los abuelos en nuestra vida.

Para empezar, son los padres de nuestros padres. Nos aceptan y nos quieren como somos. Nos enseñaron a leer, nos secaron las lágrimas y nos obsequiaron con los mejores regalos.

Una vez empezamos a crecer, las visitas que les hacemos se van reduciendo a pequeños ratos, para nosotros aburridos. Nuestras llamadas dejan de ser frecuentes y hasta las reservamos, únicamente, para darles las gracias cuando nos envían un poco de dinero con motivo de nuestro cumpleaños y porque nuestra madre nos recuerda que debemos ser agradecidos con ellos.

Se nos pasa por alto lo que podemos alegrarles la vida. Tampoco advertimos el esfuerzo que hacen por complacernos y entendernos.

Pero lo cierto es que no podemos evitar lo mucho que les apreciamos, acabamos disfrutando de las historias que nos cuentan acerca de su pasado y se nos escapa una sonrisa cada vez que nos abrazan y percibimos ese olor tan familiar, lleno de recuerdos.

También nos arrancan la más limpia de las carcajadas cuando adoptan manías extrañas, cuando se les empañan las gafas por lo caliente que está la sopa y cuando nos piden ayuda para enviar un mensaje de texto por móvil.

Ellos son sabios como los adultos y sinceros como los niños.

Por eso te animo, estimado lector, a que aproveches cada instante a su lado y que les des lo mejor de ti siempre que puedas.

Nuestros abuelos nos necesitan, sí. Pero en el fondo, nosotros les necesitamos también a ellos.

De hecho, nunca sabes lo que tienes hasta que lo pierdes.