XXII Edición

Curso 2025 - 2026

Alejandro Quintana

Tauromaquia y
trascendencia 

Gracia María Sanz Fuentes, 17 años

Colegio de Fomento Altozano (Alicante)

La tauromaquia es el espectáculo más bello y verdadero que el ser humano puede contemplar. En la Fiesta de los toros no solo tiene lugar la lucha cara a cara entre toro y torero, pues esconde una simbología que va más allá de lo que aparentemente ocurre en el ruedo, que inequívocamente está unida a la trascendencia humana. Mientras que el grueso de la sociedad moderna busca realidades artificiales en las que refugiarse para no enfrentarse a la realidad, en los toros cada gesto y cada detalle pone de manifiesto la inmanente finalidad de la vida y nuestra necesidad de lo divino.

Leí una cita del intelectual español Miguel de Unamuno sobre los toros, que me llevó a reflexionar sobre la grandiosidad que envuelve este espectáculo y del que muchas veces no somos conscientes: “la tauromaquia es, de todas las bellas artes, la más ortodoxa, pues es la que mejor prepara al alma para la debida contemplación de las grandes verdades eternas de ultratumba". De hecho, la muerte es la única realidad común e inexorable de todo ser humano, pues nadie puede escapar de ella. De este modo, la tauromaquia nos prepara para aceptarla de forma natural, así como el paso a la Vida Eterna. 

Los hombres poseemos de forma innata el deseo de eternidad, que a lo largo de la historia se ha manifestado en la pintura o la literatura. Asimismo, esa trascendencia se ve reflejada en la tauromaquia, que expresa de forma indirecta ciertos tópicos de la literatura grecolatina, como el “memento mori” (“recuerda que vas a morir”) o el “non omnis moriar” (“no moriré del todo”). La presencia de la muerte en el ruedo nos habla de su inevitable presencia. Además, nos ayuda a asimilarla como un paso: el de la gloria tras el triunfo al cuajar una faena redonda, que conlleva la salida del torero a hombros por la puerta grande, es decir, el paso a la vida futura después de “triunfar”, templando las embestidas y superando las cornadas que conlleva la existencia.  

Por tanto, los toros nos enseñan que la vida es finita, pero que después existe otra dimensión más grande. Cuando mueren las grandes figuras del toreo no pasan al olvido, sino que permanecen en la memoria de los aficionados. ¿Acaso no se siguen admirando las inigualables medias verónicas de Belmonte? ¿Y los naturales de Rafael de Paula, en los que parece que se detiene el tiempo? Del mismo modo, quienes logran dejar poso en la tierra con sus buenas acciones y su alegría, no morirán del todo en el corazón de quienes les conocieron. 

El arte de los toros despierta en el espectador emociones y sentimientos que traspasan lo meramente estético. El torero, siempre cerca del riesgo, conduce la bravura del toro para construir algo bello y alcanzar el éxtasis, en cumplimiento de la misión que tenemos todos de aspirar a lo bello y verdadero.