XXII Edición

Curso 2025 - 2026

Alejandro Quintana

Mi tía abuela Marisa 

María López Martínez, 17 años

Colegio IALE (Valencia)

Unas veces son los martes, otras los viernes, cuando mi prima y yo comemos en casa de mi tía-abuela Marisa. Aunque sabemos a qué hora entramos a su casa, nunca cuándo saldremos de allí. 

Una atmósfera cálida nos acoge en la puerta y el aroma del cocido nos inunda las fosas nasales, anunciando que la comida está casi lista. Saludamos a Oliva, siempre sonriente, que nos informa de que nuestra tía está en la terraza. Entramos en la solana y al unísono chillamos: «¡Tía, ya estamos en casa!». Los retratos de nuestros abuelos, de nuestros tíos y de los primos invaden la casa, y nos hacen recordar las vivencias que hemos pasado con cada uno de ellos. 

Nuestra tía es una mujer sabia. La edad ha causado estragos en su cuerpo, pero su mente es tan clarividente como siempre. En la larga y tendida sobremesa nunca faltan sus consejos sobre nuestro futuro, que acaban con un confiado: «Haced lo que verdaderamente os haga felices». Continúa con la narración de los viajes por el mundo que realizó junto a nuestro difunto tío, contados con todo lujo de detalles. Irlanda, Brasil, China… son algunos de los países que visitaron. Cada uno de esos destinos forjó un trocito de su personalidad. Como siempre le contagiamos más de una sonrisa, con nuestras visitas se siente rejuvenecer, de forma que en cuanto nos marchamos empieza a telefonearnos para preguntarnos cuándo vamos a volver a su casa.

Como soy la sobrina más pequeña de la familia, me tiene un cariño especial, pues me quedé sin abuela cuando yo era muy pequeña y ella decidió jugar ese papel conmigo. Además, somos vecinas, por lo que me recuerda las tardes que me subía al tejado con mi padre para limpiar la pinocha acumulada sobre las tejas. Si se asomaba por la terraza, yo la saludaba. Ella me decía que se moría del miedo ante el riesgo de que me cayera desde la altura. Por mi parte, aún no me atrevo a descubrirle las ocasiones en las que escalé la tapia de su casa para robarle algún que otro limón. 

Cuando regreso a casa con mi prima, hablamos entre nosotras sobre lo afortunados que somos por tenerla.