VI Edición

Curso 2009 - 2010

Alejandro Quintana

Mi primera y última vez

Fernando Vílchez, 16 años

                  Colegio Altocastillo (Jaén)  

Maldito el día en el que decidí, espoleado por diversos amigos (si es que se pueden llamar así), ir a un centro de depilación para arrancar a mis piernas aquello que eran suyo por derecho: el pelo.

Tras un duro debate con mi madre sobre el factor monetario, me encaminé hacia el local más cercano. Seguro que no era para tanto, pensé. ¡Qué equivocado estaba!

Al entrar, una mujer guapa esperaba sentada en una mesa.

-Buenos días

-Hola- saludé con aparente madurez.

-¿Qué tipo de depilación quieres?

-Mmm…- carraspeé y, fingiendo una voz más grave, dije- Torso y piernas.

La chica se sorprendió.

-¿Estás seguro?

Y yo, estúpido de mí, hinché un poco de pecho mientras le contestaba:

-Por supuesto.

Y allí estaba yo, tumbado boca arriba esperando a que la joven me depilara las

piernas. Me colocó la cera suavemente sobre una determinada zona y colocó una tira. Mientras tanto, mi cara esgrimía un deje de satisfacción cuando ella me sonreía. Y, de repente, pasó.

-¿A la de tres?

-Puedes hacerlo ahora…- y la chica, sin ningún miramiento, piedad o cualquier sinónimo de la palabra “misericordia” arrancó la tira.

Ni siquiera pude gritar, ya que hasta mi aliento estaba dolorido. Pero en mi mente, libre a pesar de aquel momento tan desagradable, no paraba de enviarle multitud de males de ojo a aquella chica con sonrisa de ángel y manos de diablo, que me sonreía con amabilidad mientras en el fondo de su ser se disponía a arrancarme un cuarto de mi vida.

-¿Estás bien? ¿Quieres que sigamos?

Y volvía a sonreírme. Prefería una serie larga de collejas de mi madre antes que aquel rostro demoníaco.

-¡No!

Salí de la clínica lo más rápido que pude. Si mis pelos querían quedarse allí, yo no les iba a privar de ese derecho. Y, tras una larga reflexión, sentencié:

-Con lo bien que tenían que estar los prehistóricos...