XXII Edición

Curso 2025 - 2026

Alejandro Quintana

Llegar a la meta 

Marta Luengos, 17 años 

Colegio Ayalde (Vizcaya)

Desde hace unos años participo en un campamento de verano, en el que reservamos cuatro días para hacer una ruta a pie que recorre los pueblos situados en los alrededores del albergue donde nos alojamos. Debo reconocer que, aunque el pasado verano inicié la caminata con ilusión, esta vez descubrí demasiado pronto que iba a suponerme un gran esfuerzo. El paisaje –bosques, ríos, puentes, verdes praderas, montañas– es un buen motivo para dar un paso tras otro, pero en esta ocasión me tentaba detenerme, incluso renunciar a la excursión y pedir auxilio a los monitores para que me recogiera la furgoneta de la organización y me devolviera a la comodidad del albergue. Sin embargo, tenía una meta que cumplir, un final para cada día, un destino que fui culminando después de cinco o seis horas con la mochila sobre los hombros y la mirada clavada en el horizonte.

El final de la segunda etapa me llevó a un precioso mirador natural que domina todo un valle. Desde allí, la brisa navarra me dio la bienvenida acariciándome el rostro, y reconocí los caminos y montes por los que había llegado. Sobre la cuerda de la sierra daban vueltas las aspas de los molinos de viento, los mismos que había tenido oportunidad de contemplar desde la base. Por las laderas serpenteaba una carretera en la que me pitaron los coches al verme pasar, unos para darme ánimos y otros para que me echara a la cuneta.

En mi cuerpo sumaba los largos kilómetros que había tenido que andar, el sol que seguía golpeándome de lleno, la pesada mochila a mis espaldas, las picaduras de mosquito, los pies que protestaban a cada paso por culpa del roce de las ampollas… Infinidad de inconvenientes habían dificultado mi llegada, pero desde lo alto del mirador me di cuenta de que el sufrimiento del camino no había sido en vano. 

Estaba en Ujue, uno de los pueblos más bonitos de España. No solo por las vistas, también por su historia, que empapa el castillo, la iglesia y las calles. Cuando me senté con mi libreta y un bolígrafo, me di cuenta de que todo esfuerzo tiene su recompensa.