XXII Edición

Curso 2025 - 2026

Alejandro Quintana

Las publicaciones
de Martina 

Luisa Clemente, 17 años

Colegio IALE (Valencia)

Martina era una chica como muchas otras –con un móvil de última generación y una sonrisa ensayada frente al espejo–, que se había abierto una cuenta en Instagram. Pero había algo en ella (la forma en que miraba a la cámara, la naturalidad con la que fingía no mirar, su sonrisa enigmática, cierta elegancia natural…) que empezó a atraer la curiosidad de los usuarios de las redes sociales. Un día decidió mostrar unas prendas que guardaba en su armario. Habló de la falda, la blusa, los zapatos, los pendientes que iba a ponerse aquella tarde, y los fue mostrando a la cámara de su teléfono. Después editó las imágenes, les puso música e incluyó su voz en off, con la que describió aquel conjunto y dio a conocer dónde había adquirido cada pieza. Sin esperarlo, el vídeo se hizo viral.

Aquellos quince segundos se replicaron hasta casi el infinito por todos los rincones del planeta. Asombrada, Martina preparó una segunda pieza que tuvo aún más visitas y comentarios. Y días después, otra más. Y a la semana siguiente, otro vídeo, y otro… Su rostro, su figura, su voz se hicieron familiares a una masa incontable de individuos; sus gustos comenzaron a replicarse de manera compulsiva; su cuarto se convirtió en territorio público. Martina, que al principio se había tomado aquello como un juego, empezó a sentirse importante cada vez que la pantalla se iluminaba con una nueva aprobación.

No tardaron en llegarle las ofertas de las compañías de moda, que la requerían para que mostrara los productos de sus nuevas colecciones. Si durante unos meses recibió como beneficio una copiosa lluvia de ropa cara sin coste alguno, después apareció Armando, que se convirtió en su agente y con el que comenzó a cobrar grandes cifras de dinero por cada publicación. Así, se hizo tan admirada como envidiada. 

Martina le mostraba al mundo un rostro feliz, pero detrás de aquella fama repentina y de los aplausos digitales, la realidad era otra bien distinta: no tenía tiempo para sus amigas, descuidó a su familia y se encerró en su universo virtual. La felicidad que transmitía era en realidad una ilusión tan frágil como la luz eléctrica que emanaba de su aro de grabación. La gente que se le acercaba buscaba pedirle una foto firmada o una colaboración, pero nunca un consejo o un rato de conversación sincera. De esa forma se dio cuenta de que la joven que sonreía a la cámara no existía más allá de la luz fría de su habitación. Cada comentario, cada “Me gusta”, afectaba a su autoestima. 

Una noche decidió desahogarse. Cerró la puerta de su cuarto y encendió el foco y la cámara. A muchos de sus miles de seguidores podía sucederles algo parecido, lo que le daba la oportunidad de concienciar acerca de lo distintas que son verdad y apariencia. Durante un minuto, compartió con su audiencia sus miedos, dudas y cansancios. 

Los comentarios cayeron en tropel. Los mismos que antes la llamaban “reina”, le acusaron de exagerar su situación para llamar la atención. El teléfono móvil, que hasta entonces le había dado poder, se convirtió en una carga para ella. 

Una noche apagó la pantalla y rompió a llorar, no de rabia sino de alivio. Por primera vez en mucho tiempo, decidió que nadie le iba a imponer expectativas, pues había comprendido que su valor personal no dependía de aquellos perfiles que nunca llegarían a conocerla tal como era.

Al día siguiente eliminó su cuenta. 

Armando se llevó un berrinche:

–¡Nadie te entiende! –protestó antes de que Martina le cerrara la puerta en las narices.

En internet abundaron los titulares que gritaban: “Martina, ¿colapso o estrategia?”. Ella sabía que no había desaparecido; al contrario: por fin había aparecido ante el mundo, y esta vez de verdad.  

Aquella noche salió a pasear. Mientras caminaba por las calles iluminadas por la luna, se dio cuenta de que ya no sentía la presión de ser una mujer “perfecta”. Escuchaba, después de mucho tiempo, su propia voz, su propio latido.  Supo que empezaba a disfrutar de lo cotidiano.