VI Edición
Curso 2009 - 2010
La leyenda de los Oscar
José María Jiménez Vacas, 14 años
Colegio El Prado (Madrid)
Me sorprende escuchar conversaciones entre personas que hablan de cine, aportando siempre las mismas opiniones favorables acerca de aquellas películas que poseen una gran carga de efectos visuales, o en las que se muestran escenas de violencia que entusiasman a un público poco exigente. Cuando les llega el momento de nombrar el título de alguna gran producción, recurren a las películas con más Oscar. Sin embargo, las cintas con más cantidad de estos premios no son las mejores de la historia del séptimo arte.
La Academia de las Artes y las Ciencias de Hollywood ha premiado, en varias ediciones, a grandiosas películas. Esto es lo que hace que aún no hayamos perdido del todo la confianza en estos galardones. Pero también se han cometido verdaderas injusticias. Si la Academia fuera justa, los largometrajes premiados con once Oscars (“Ben-Hur”, de William Wyler; “Titanic”, de James Cameron; y la tercera parte de “El Señor de los Anillos”, de Peter Jackson) no serían los que son. No digo que estas películas sean malas: todas ellas han supuesto una cierta revolución, sobre todo en el campo de los efectos visuales, pero no por ello son las mejores.
A lo largo de la historia de los Oscar, se han cometido verdaderas injusticias. Ya en el primer año en que se entregaron, se cometió el error de premiar la espectacularidad (la banal “Alas”, de William A. Wellman, que casi nadie recuerda) por enciman del arte y el ingenio (las imprescindibles “El Circo”, de Charles Chaplin; “Metrópolis”, de Fritz Lang y “Amanacer”, de Friederich Wilhelm Murnau).
Muchos grandes directores fueron ignorados por la Academia, figuras tan relevantes para el cine como el propio Chaplin (creador del cine como arte), Alfred Hitchcock (maestro del suspense), Orson Welles (el gran revolucionario), Ingmar Bergman (el alquimista sueco de la condición humana), Federico Fellini (el más grande de los cineastas italianos, con permiso de Roberto Rossellini), Howard Hawks (clásico entre los clásicos), Ernst Lubitch (pionero de la comedia moderna), Stanley Kubrick (el perfeccionismo llevado al límite), Akira Kurosawa (el John Ford del cine oriental, tan conmovedor como salvaje), etc. Sin embargo, se han premiado a directores que han limitado su carrera a una sola “gran” película y, acto seguido, han desaparecido de la escena, como John G. Avildsen, dierctor de “Rocky”; Kevin Costner (¿qué más ha hecho reseñable, aparte de “Bailando con lobos” y “Open Range”?) o Robert Redford, memorable actor, pero cuya película “Gente corriente” empalidece ante la soberana obra maestra de Martin Scorsese, “Toro salvaje”, que competía con aquella en el año 1980.
Ocurre algo similar con los actores. No se entiende cómo intérpretes de la magnitud de Cary Grant, Greta Garbo, Ava Gardner, Barbara Stanwick, Richard Burton, Deborah Kerr o Montgomery Clift, no hayan sido premiados jamás, y en su lugar sí que tengan su estatuilla actores mediocres, muchos de ellos olvidados por el público.
Hay otros errores flagrantes de la Academia. Es el caso del grandísimo músico italiano Ennio Morriconne (“La misión”; “El bueno, el feo y el malo”; “Cinema Paradiso”) o del director de fotografía, maestro de los claroscuros, Gordon Willis (“El Padrino”; “Manhattan”).
Woody Allen lo dejó bien claro cuando un periodista le preguntó: “¿Qué significa para usted ganar un Oscar?”. El genio de Nueva York respondió: “No mucho. ¿Acaso ha visto quién lo ha ganado?”.