IV Edición
Curso 2007 - 2008
Fotografías
Suyay Chiappino, 15 años
Colegio Guaydil (Las Palmas)
-Pide tres deseos, Matías -sonrió su madre llena de orgullo.
Nervioso, el niño se removió inquieto en el asiento y cerró fuertemente los ojos. En su rostro se reflejó la concentración y la intensidad. La madre apoyó las manos sobre sus hombros, el pequeño niño abrió los ojos y sopló. Por un momento, un destello de luz atravesó la escena. Cuando despareció, la imagen había quedado congelada en la memoria de la cámara fotográfica que sostenía su padre. Madre e hijo quedaron grabados en la foto. Un momento que sobreviviría al olvido.
-¡Mamá...! ¿Sabes en dónde está mi reloj? -el grito bajó las escaleras y atravesó el pasillo.
Su madre cerró los ojos durante un segundo y aspiró el aroma del café antes de suspirar, abandonar la taza sobre la mesa y dirigirse al piso superior.
-¿Miraste en la mochila, cariño?
Matías resopló y continuó rebuscando: abrió el cajón de su mesilla de noche, la mano pasó por encima de las fotos cubiertas por un grueso cristal, sin prestarles atención, y lo cerró bruscamente. Se agachó y, en un último intento antes de renunciar a su propósito, revolvió el interior de su maleta. Allí, efectivamente, estaba el dichoso reloj. Se lo colocó en la muñeca. Apoyada en el marco de la puerta su madre le sonrió. El chico le devolvió la sonrisa antes de besarla en la mejilla.
-Felicidades, Matías.
-Gracias, mamá.
Bajaron juntos y se reunieron con su padre, ocupado en su ritual del té con miel. “Un buen desayuno lo es todo para empezar el día”. Su justificación era tan buena como su desayuno, que no lo era tanto para su barriga generosa. Tras el desayuno en familia, cargado de felicitaciones, Matías salió de la casa, arrancó la moto y salió de la casa.
-¡Matías!
Clara sonrió como solo ella podía sonreírle y saltó a sus brazos. Matías no podía sentir más felicidad. Clara le dio un beso en la mejilla y continuó sonriéndole sin separar los brazos de alrededor de su cuello, escondiendo algo en sus manos.
Se separaron y ella le sonrió aun más radiante. Su belleza golpeó a Marías con una fuerza invisible.
-Tengo un regalo para ti -Clara se sonrojó levemente y le entregó el paquete que había ocultado.
Era un pequeño portarretratos. El marco artesanal, trabajado con filigranas de madera. Tras el cristal, dos grandes sonrisas en dos rostros jóvenes iluminados por la ilusión. Era una foto de ellos dos juntos, felices, enamorados.
El muchacho la observó con emoción contenida.
-¡Feliz cumpleaños!
Pasaron el día juntos.
Llegó a casa antes de que anocheciera, excitado y alegre. Estaba dispuesto a preparar la cena que compartiría con el resto de la familia y con su novia. Se sorprendió al comprobar que ya estaba todo dispuesto. Sintió cierto remordimiento al caer en la cuenta del esfuerzo de su madre, que aún estaba en la cocina.
-Hola mamá. Gracias por tenerlo todo listo -no añadió nada más.
No desaprovecharon la ocasión para reír y jugar como cuando Matías era un niño. Las risas y el alboroto atrajeron a su padre, que bajó para evitar que la comida no sufriera daños con las persecuciones y los tomates y la harina que volaban por el aire.
Unas horas mas tarde, cuando todos estaban sentados a la mesa, no quedaban huellas del desastre. Después, Matías propuso a Clara un último paseo.
-¡Qué romántico, a la luz de la luna! –sonrió burlona.
Antes pasaron por la habitación a por un jersey. Clara observó todo con atención. Reparó en que su regalo descansaba sobre la mesilla, al lado de la cama. Sonrió y un leve rubor se extendió por sus mejillas. Entonces reparó en otra que mostraba a la madre de Matías más joven, radiante y bella, y a Matías muy pequeño. Se preguntó cuáles habrían sido los deseos de aquel niño que ahora, al alzar la mirada, veía con dieciocho años.
-Sois las dos mujeres de mi vida -bromeó Matías.
-Nunca dejarás de ser este niño.
-Nunca dejamos de ser niños –corroboró.