IX Edición

Curso 2012 - 2013

Alejandro Quintana

"Elloscentrismo"

Paula Pernas, 14 años

                 Colegio Ayalde (Bilbao)  

Es una tarde cualquiera de invierno y en Bilbao cae una tromba; no el típico sirimiri de febrero, sino que llueve como para que la gente tenga que echarse a correr para protegerse del agua. Yo me arrebujo en el abrigo mientras voy hacia mi clase de inglés. De pronto descubro mi salvación frente al cataclismo ambiental: al otro lado de la calle el saliente de los tejados me ofrece un huequito por el que avanzar sin mojarme.

Cruzo el paso de cebra, saltando sobre los charcos bajo el peso de la mochila. Sin quererlo, meto el pie en uno de ellos y las medias se me empapan. No importa, porque el premio se me presenta cada vez más cerca.

Al fin alcanzó mi meta. Resguardada del tiempo hostil, acelero el paso porque es tarde. Y aunque parece que nada puede ir peor, me topo con un obstáculo en el camino: una chica a la que no le resulta suficiente el paraguas y el chaquetón impermeable: también se resguarda bajo el saliente. Por si fuera poco, su paso relajado me impide avanzar. Tras unos momentos detrás de ella, la impaciencia puede conmigo y hago un amago de adelantarla por la derecha, pero entonces la chica hace un movimiento brusco y una de las varillas de su paraguas se enreda en un mechón de mi pelo. Parece no darse cuenta y sigue su paseo con toda tranquilidad mientras yo hago lo imposible por librarme de aquella trampa. Cuando lo consigo salgo del refugio, pues prefiero la cortina de agua, aunque me cale hasta los huesos.

Nunca pondré en duda la utilidad de los paraguas. Son inventos geniales, así que démosles uso. Pero si protegen de la lluvia, ¿para qué meterse con ellos bajo los salientes de los tejados? Ese ese único espacio seco debería ser para los pobres despistados que se dejan el paraguas en casa y sufren, expuestos a la lluvia.

Esta anécdota me empuja al día a día al que todos nos enfrentamos. Por eso, el objetivo de este artículo es informar a aquellos que, sin darse cuenta, se reguardan bajo el paraguas y, a su vez, bajo los salientes, de que corren un gran peligro. Si no somos capaces de caer en la cuenta de que hay una chica que se moja, ¿cómo vamos a percibir que una amiga tiene mala cara o que nuestro hermano necesita un abrazo?...

Propongo el nacimiento de un nuevo movimiento social, que ponga a los demás en centro, que se olvide del “yo” por completo. Deberíamos ponerle un nombre: el “elloscentrismo”.