VI Edición
Curso 2009 - 2010
El piano
Lucia Fernández Gutiérrez, 14 años
Colegio Guaydil (Las Palmas)
Su mirada no podía apartarse del piano. Sus suaves curvas la llamaban, hipnotizaban su mente de seis años. Deseaba tocarlo, acariciar su superficie.
-¿Te gusta?-preguntó el tío David, propietario de aquel magnífico instrumento.
Paloma asintió con la cabeza. David rió y le propuso:
-¿Quieres tocarlo?
-No sé tocar el piano -respondió Paloma con una mirada de desilusión.
-¡Da igual! Con tocar teclas al azar es suficiente y, además, resulta más divertido.
Le tomó de la mano para conducirla a la banqueta. Él se sentó a su lado. Paloma comenzó a pulsar las teclas sin orden alguno. Produjo una extraña melodía.
-¡Que bonito!-exclamó David-. Si quieres, y solo por ser tú, puedes venir siempre que quieras a tocarlo.
En ese instante la vida de Paloma cambió. Asistió a clases en el conservatorio, donde perfeccionó su talento innato. Aprendió preciosas melodías y ella misma compuso algunas. Más adelante tocó los pianos más bonitos de la tierra, aunque a ella le parecía que el piano más bonito del mundo seguía siendo el de su tío.
Años después…
-En dos minutos al escenario, señorita -le avisó el técnico.
Se alisó el vestido y respiró profundamente. Hacía tiempo que había perdido el miedo a actuar en público. Se miró en un espejo. El vestido rojo combinaba con la pintura de sus labios. Oyó los aplausos del público cuando la presentaron.
Caminó tranquilamente por la tarima, saludó, se sentó y comenzó a pulsar el tercer movimiento de la sonata Appassionta de Beethoven. Cuanto finalizó la última nota, la sala irrumpió en aplausos. Pero no se inmutó; se levanto, saludó y desapareció tras el telón como si se encontrara lejos de allí.
La impersonal habitación del hotel le resultaba conocida porque iba de hotel en hotel durante todo el año. Paloma se había convertido en una de las más reconocidas pianistas del país. Su pasión y talento le habían llevado muy lejos. Pero todo tiene su precio: había perdido aquel cosquilleo en sus dedos al acariciar las teclas y la ilusión por superarse. El piano ya no era un mágico instrumento sino un modo con el que se ganaba la vida.
***
Echó a correr hacia la casa de su tío. Llevaba en la mano la carta del notario en la que la citaba para la lectura del testamento.
Se sentó en una de las últimas filas, rodeada de llorosos parientes a los que volvía a ver después de varios años. Ya habían sido adjudicadas todas las posesiones de David y a ella no le habían asignado nada. No entendía para que la habían citado.
-En último lugar, el señor David deja su piano a la señorita Paloma Díaz -pronunció el notario con voz solemne.
Cuando los familiares se fueron, Paloma se dirigió al salón donde se encontraba el viejo instrumento. Rozó una de sus teclas y recordó la primera vez que se sentó frente a ellas en compañía de su tío. Las lágrimas comenzaron a rodarle por las mejillas. Le echaba de menos y lamentaba haberse apartado de él.
Comenzó a tocar sin ningún orden, como hizo la primera vez. De repente volvió a sentir aquel cosquilleo por sus dedos. Una sonrisa se dibujó en su rostro: había recuperado la pasión.