IV Edición
Curso 2007 - 2008
El fantasma
Lucía Mosquera Ferrer, 14 años
Colegio Montespiño (La Coruña)
El público rompía el silencio de la sala en murmuraciones. La obra se estaba retrasando y la gente comenzaba a impacientarse. Todo estaba listo: el decorado en el escenario y la orquesta en el foso frente a los pentagramas del preludio.
El director de la orquesta dio tres toques en el atril para informar sobre el comienzo. Su batuta apuntó hacia arriba para después bajar suavemente, realizando así el movimiento inicial de toda composición instrumental.
Se hizo silencio. Los espectadores miraban con expectación el escenario. Los primeros acordes comenzaron a sonar, construyendo una armonía lenta que fue subiendo progresivamente de altura. Era una pieza conocida.
Se abrió el telón. Al fondo del escenario aparecieron un hombre y una mujer vestidos de época. Él era tenor; ella soprano. Juntos comenzaron a cantar al ritmo de la música. Él ayudaba su voz al son del contrabajo. Ella se ceñía al arpa.
Un hombre seguía con nervios la actuación tras el escenario. Había trabajado a fondo en este proyecto y quería que todo saliera perfecto: las voces, los acordes, el argumento… Había probado suerte con esta obra e intentó que los actores encajaran exactamente a su personaje y sobretodo, centró su atención en ella, en Clara, la protagonista. Aquella modesta mujer tenía que evitar parecer llamativa, por lo que estaba obligada a disfrazar su deslumbrante belleza.
Se citó con todo tipo de actrices para encontrar a una, a una sola, que reflejara sus rasgos, sus manos, sus grandes ojos y su profunda mirada, pero no llegó a encontrarla. Le gustaban aquellos rostros, pero ninguno le recordaba a Clara. Aquello era su ópera, en la que había enterrado todas sus ilusiones.
La música sonaba lejana, sin la intensidad que antes, por que la mente del hombre vagaba en recuerdos.
¡Cuánto la había amado!, ¡cuántos momentos había compartido juntos, cuánta libertad! Para que luego ella le abandonara en un sueño profundo que llaman muerte. Nunca volvió a contemplar su bello rostro ni a oír su dulce voz. Había vivido para él hasta el último momento. Esa era la ópera que tanto la recordaba.
La música se tornó rápida, contagiando un sensación de angustia. Le recordó a aquel momento en el que intentó salvarla. El edificio ardía, el fuego avanzaba deprisa... Una llamarada había mordido su rostro de héroe, dejándolo aturdido. Ella murió abrasada. Por eso ocultaba parte de su cara tras una máscara. Se había prometido que nadie volvería a ver su rostro. Y cumplió su promesa.
La batuta señaló el final de la representación y el público rompió en vítores. Escuchó las exclamaciones de la gente... Había sido una buena decisión haber compartido su historia con el mundo.
Una lágrima le relató que había triunfado. Habían triunfado los dos, porque sin ella no hubiera habido historia. La lágrima se deslizó sobre su máscara fantasmal.