XVII Edición
Curso 2020 - 2021
El escondite
Enrique Montes, 17 años
Colegio Tabladilla (Sevilla)
Aunque está mientras hay luz, se esconde en los lugares más pequeños y rebuscados que uno se pueda imaginar. Pero si se observa bien es fácil apreciar su presencia, a pesar de que no siempre tiene el mismo aspecto; este se matiza en función de su gran amiga, que la proyecta. Y lo más curioso es que juegan entre sí al escondite, aunque ella es más astuta y sabe dónde meterse para que la otra no la pille.
Un día, en mitad de su eterno juego, decidió esconderse en el cuarto de un chico corriente con una vida corriente, como cualquier otro chico de su edad. Le impresionó ver cómo ese muchacho aguantaba sentado durante más de dos horas, con un lápiz en la mano y rodeado de libros y cuadernos. Ella nunca había sido capaz de semejante tortura.
El chico, que se llamaba Álvaro, se levantó con una mirada un tanto extraña y distante. Apagó la luz y se dejó caer sobre la cama. Ella creyó ver un destello en sus ojos. Repentinamente Álvaro comenzó a sollozar, dejando a la sombra desconcertada, pues no sabía nada acerca de las emociones. Así pasó un cuarto de hora, hasta que una pequeña burbuja de pena surgió en la sombra.
Podría decir que lo hizo por cambiar de escondite, o porque tenía mejores cosas que hacer, pero lo cierto es que se acercó al chaval con curiosidad. Temió que la luz pudiera descubrirla, pero, por suerte, la bombilla estaba apagada.
Cuando se aproximó, vio que el cuerpo del niño temblaba. Sin pensárselo dos veces, alargó un dedo para sentir su tacto, pues nunca había tocado a ningún humano tembloroso.
Nada más sentir aquel roce, Álvaro dejó de temblar. Abrió los ojos, rojos por las lágrimas, y se incorporó en el colchón.
–¿Quién eres? –susurró, asustado. Tenía una voz seca que no llegó a gustarle a la sombra.
Aún así, ella decidió dar un paso más y se quedó a escasos centímetros de su rostro. La habitación seguía a oscuras, así que él no podía verla. De pronto, la pequeña burbuja de tristeza volvió a subir por la sombra, convirtiéndose en una nube que derramó unas gotas en lo más profundo de su negrura. Llevada por un impulso, abrazó a Álvaro, sumiéndolo en una oscuridad todavía mayor, y así se quedaron, llorando ambos como si no hubiera un mañana.
Cuando se desahogaron, él seguía sin entender quién le había acompañado en aquel momento de pena. Desconfiado, fue a encender una lámpara para averiguarlo, pero la sombra se dio cuenta y decidió marcharse de la habitación, pues la luz podría encontrarla. Así que la partida se hizo distinta, porque sentía que había dejado parte de sí en el cuarto. Así que se hizo a sí misma la promesa de que iba a regresar a pasar más tiempo con Álvaro.
Las cosas no volvieron a ser lo mismo para ambos, aunque una siguiera con su juego y el otro con su vida.