XIV Edición
Curso 2017 - 2018
El caso del reloj
Minerva Ganivet Hernández, 14 años
Colegio Pineda (Barcelona)
En una fría mañana de invierno, en el Londres de 1894, la puerta del 221 B de Baker Street no paraba de abrirse y de cerrarse. Cada vez entraba un muchacho más en la casa, todos ellos vagabundos, pilluelos que ayudaban al señor Holmes a resolver algunos de sus casos. Se habían hecho amigos de la sobrina del famosos detective. Una extraña amistad, sin duda, en aquella época en la que las clases sociales estaban tan distantes. Jane los apreciaba, a pesar de que no destacaran por su limpieza ni sus buenos modales.
Potty, la criada de los Holmes, estaba acostumbrada al constante tintineo de la campanilla de la puerta. No solo no protestaba, sino que sonreía al escuchar las carcajadas de los niños en el recibidor.
Jane, la pequeña Holmes, quedó en verse con ellos por la tarde, en la salida de un callejón cercano. A sus amigos no les gustaba encontrarla en las avenidas, donde podían despertar la curiosidad de la policía, cuerpo con el que, por lógica, no mantenían una buena relación.
En cuanto se vieron, Jack, el líder de la pandilla, le habló:
—Jane, seguimos sin tener la menor idea de quién robó el reloj de Oz; ni una sola pista. Ya viste que en nuestro escondite estaba todo revuelto y la caja del reloj de Oz, vacía.
—Me apuesto lo que quieras a que ha sido William. Ese asqueroso ricachón no deja de incordiarnos —opinó el menor de todos ellos.
—Oliver, no te precipites. Aún no tenemos pruebas. Además, él no sabe donde está la guarida, así que es imposible que robara mi reloj —dijo Ozzie.
Pasaron un buen rato discutiendo distintas posibilidades de por dónde comenzar sus pesquisas.
De repente los chicos callaron, pues les extrañó que su amiga no hubiese abierto la boca. Y es que ella había puesto toda su atención en una figura encapuchada que leía el periódico en un banco cercano. Lo más extraño es que la muchacha había notado la presencia de aquella enigmática persona desde que salió de la casa de su tío. Aunque la había seguido hasta allí, Jane no se lo había dicho a los chicos; prefirió que el misterioso personaje se acercase lo suficiente para desenmascararlo por sí misma. Sabía que si se lo hubiera dicho a la pandilla, con la habitual impulsividad de los muchachos, se habría ahuyentado.
Pero el grupo de vagabundos siguió la mirada de la niña. Así fue como vieron al encapuchado que, al notar que le habían descubierto, se levantó rápidamente. Ozzie, con agilidad, se adelantó a sus movimientos y le agarró del brazo al tiempo que Alfie se abalanzaba sobre la oscura figura para quitarle la capucha. Cuál no sería su sorpresa cuando se encontraron, frente a frente, con el doctor Watson, socio del tío de Jane.
Sin embargo, la niña no estaba tan sorprendida.
—Ha sido otra de las pruebas de mi tío para evaluar nuestra capacidad ante una situación extrema, como un robo, ¿verdad, querido señor Watson? —pronunció de brazos cruzados.
—¡Así es! —afirmó el doctor con sorpresa ante la perspicacia de Jane.
—Entonces —Ozzie estaba sorprendido—, ¿sabías que el doctor Watson nos vigilaba bajo esa capa oscura?
—No, la verdad —sonrió Jane—. Me di cuenta poco después de que ocurriese el robo. Cuando llegué a casa, Watson me hizo muchas preguntas, muchas más que de costumbre, lo que me hizo suponer que deseaba sonsacarme información. Esta mañana, mientras yo desayunaba en la cocina de la señora Potty, he escuchado cómo entraba en mi dormitorio y abría el armario. Después percibí un golpe de algo metálico…
Siguió contándoles que cuando salió a la calle, Jane vio a través de la ventana a un encapuchado que, instantes después, salía de Baker Street 221 B, y avanzaba disimuladamente por uno de los lados de la calle. De reojo comprobó que le seguía.
—Entonces decidí —concluyó la señorita Holmes— no deciros nada, para que no montarais un escándalo. ¡Era la única forma que teníamos de atraparlo!
Los niños enmudecieron, ocasión que aprovechó Watson para hablar:
—Excelente reconstrucción de los hechos, querida Jane. Os quería poner a prueba, con el permiso de vuestro tío, ya que insistís tanto en ayudarle a resolver sus casos. Él fue quien me ordenó robaros algo lo suficientemente valioso como para poneros en una situación alarmante. Quería comprobar si verdaderamente habéis aprendido a actuar con astucia… Y voto al cielo que así lo habéis hecho. ¡Enhorabuena! —elevó los brazos—. Y, por cierto,Ozzie, perdóname por haberte robado el reloj.
Watson lo sacó por debajo de la capa y se lo entregó al zagal.
—No pasa nada —respondió el chico con una media sonrisa.
—Jane, sigo sin entender cómo me has desenmacarado con tanta facilidad —se preguntó el viejo médico.
A lo que la joven respondió:
—Elemental, mi querido Watson.