XIV Edición
Curso 2017 - 2018
El camino entre la carencia
y la virtud
María Pardo, 16 años
Colegio Ayalde
Hace unos días me dejé las llaves dentro de casa… por decimoquinta vez. Este despiste me costó un nuevo sermón de mis padres, y mi delicada promesa de que no volverá a ocurrir.
Adivino una sonrisa cómplice en el lector, pues ¿quién no se ha visto en una situación parecida?... Por insignificantes que parezcan, las llaves son imprescindibles para entrar en una propiedad privada —factor que damos por supuesto con inaudita ligereza—.
Reconozco que siempre he sido un poco despistada. En la adolescencia, esta tendencia natural se ha agravado de forma alarmante, para desesperación de mis padres. Por ejemplo, más de una vez he salido sin dinero a comprar el pan, o me he olvidado el teléfono móvil en un probador, o he perdido un palo de golf en el campo. Para más inri, casi nunca me acuerdo de llevar el libro de partituras a clase de piano. Así es mi día a día y, para mi tranquilidad, el de muchos adolescentes.
Cuando ocurren estas cosas, me hago la promesa de ser más responsable la próxima vez… intención que no tardo en olvidar. A la vista de que los propósitos pueden ser tan frágiles como el vidrio, he optado por buscar soluciones más eficaces. Por ejemplo, a lo largo de el presente curso he encontrado distintos remedios: para empezar, le confío el móvil a mi acompañante antes de entrar en un probador —así evito dejármelo en la tienda—. Además, he fijado el número de mi madre en la pantalla de bloqueo, para que la llamen si lo pierdo; gracias a esto, llevo siete meses con el mismo teléfono (todo un logro). Por otro lado, siempre llevo unos euros en los bolsillos; de este modo, me aseguro de tener con qué pagar los recados. También he puesto mi nombre en los palos de golf, y ya no hay forma de que se extravíen. Por último, guardo en el aula una fotocopia de las partituras de piano; de este modo palio las consecuencias que conlleva dejarse el libro en casa. Además de enseñarme a ser más cuidadosa, estos trucos están evitándome un sinfín de disgustos.
Es evidente que reconocer nuestros defectos y tener el propósito de mejorar es un gran avance en la vida de cualquier persona. Sin embargo, también es importante no quedarse en la mera intención sino buscar medios prácticos para alcanzar esa meta.
Si bien las personas despistadas podemos sufrir pequeños contratiempos, mi defecto me ha enseñado a ser más resolutiva. En realidad, todos podemos viajar desde una carencia a una virtud: solo tenemos que encontrar el camino… y comenzar a recorrerlo.