XV Edición

Curso 2018 - 2019    

Alejandro Quintana

El callejón

Carmen Almandoz, 14 años

Colegio Entreolivos (Sevilla) 

Las escandalosas risas de los jóvenes se escuchaban desde los edificios que daban al callejón. Era verano, un ventidós de julio para ser exactos. La única iluminación que había aquella noche eran la de tres farolas. Y una de ellas parpadeaba.

—¡Vamos, Javi! —gritaban ahogados por la risa, dando palmadas.

Hacía calor y mucha humedad. El ambiente era denso y se percibía un olor a tabaco.

—¡Venga, tío! Empieza de una maldita vez… —exclamaban tambaleándose de un lado a otro, entre carcajadas—. ¡Queremos verte en acción!

Junto a la pandilla había otras dos personas. La primera estaba sentada con la espalda contra la pared, temblando ligeramente. No se le veía el rostro con claridad. Bueno, aquella noche nada se veía con claridad, pero detrás de sus gafas se vislumbraba una mirada de temor dirigida a la segunda persona, que estaba de pie, con la cabeza inclinada hacia el suelo y los ojos fijos en el chico que estaba a escasos centímetros de él. Su semblante era serio, tanto que parecía enfadado. Su musculatura estaba tensa.

—¿A qué esperas, Javi? Pégale ya, que tenemos otros asuntos pendientes esta noche y no podemos perder más tiempo.

—Sí, eso… ¡Dale! —los muchachos de la pandilla comenzaron a impacientarse.

Javi seguía inmóvil, haciendo caso omiso de las voces de sus amigos, a los que escuchaba como si fuesen un murmullo. Pero uno de ellos, cansado de tanta tontería, se le acercó.

—¡Despierta, idiota! —le dijo, dándole un pequeño empujón—. ¿No te das cuenta de que queremos ver al ganador del torneo de boxeo dándole una paliza al chivato de la clase? ¡Vamos, tío!... Y si tú no empiezas, empezaré yo.

Alzó la palma abierta hacia la mejilla del muchacho, pero antes de que le tocase, Javi le apresó la muñeca con fuerza.

—No.

—¿Qué? —parecía incrédulo.

—Que hoy no vas a pegarle a nadie.

—Pero… ¿Javi? ¿Eres tú? ¿El famoso rompehuesos? ¡Por favor! No me hagas reír… ¿Qué te pas?... ¿Te has hecho santo, o qué? Es eso, ¿no? ¿O es que no eres suficientemente hombre?

—¡Cállate! —le gritó, desasiéndole la mano—. Estoy cansado de esto.

—¿De qué hablas ahora?

—De que estoy cansado de pegar para divertirnos y de ganarnos a las chicas por ser unos matones.

—Pues entonces, lárgate.

Las palabras de su amigo se quedaron flotando durante unos segundos en el eco del callejón.

Javier miró a los ojos de su amigo y pensó: «¿Esta es la persona a la que he confiado todos mis secretos, con la que he compartido los mejores momentos de mi vida, a la que he llamado por el nombre de amigo?».

Después de un incómodo silencio, les aunció:

—Me voy.

Se metió las manos en los bolsillos y dio media vuelta. Ninguno de los allí presentes parecía creer lo que ocurría, ni su pandilla ni el chico que todavía seguía en el suelo. Pero nadie dijo nada. Lo vieron marcharse entre el sonido de sus pasos y el canto de los grillos.

Javi acababa de perder a sus colegas, su popularidad, una nueva oportunidad de exhibir su fuerza y fiereza… Ellos pensaron que había perdido todo. No estaban en lo cierto: Javi acababa de ganar el más difícil de sus rounds.