XIV Edición
Curso 2017 - 2018
El amanecer
Leticia Areitio, 16 años
Colegio Ayalde (Vizcaya)
Su misión era despertar al mundo... Unas veces le correspondía un lado de la esfera; otras veces, se asomaba al otro.
En todo caso, amanecía todos los días: nunca se permitía un descanso ni echar una cabeza-da. Ni siquiera cerrar los ojos. Acompañaba a los madrugadores que, aún medio dormidos, se dirigían al trabajo. A lo largo de las horas iba cambiando de posición para que todo el mundo pudiera disfrutar de las sombras que proyectaba, así como de las distintas tempe-raturas que regalaban sus rayos. Al llegar el ocaso, se despedía de una parte de la Tierra al tiempo que daba los buenos días a la otra. Sin él la vida no podría continuar, pues la luz y el calor son necesarios para que todo siga desarrollándose como desde el inicio de la historia. De hecho, si de pronto decidiera echarse a dormir, todos los seres vivos morirían de frio.
Él aseguraba el funcionamiento de la ciudad. Era como el aceite que consigue que el en-granaje no se pare y la máquina siga funcionando. Aunque le encantaba su trabajo, últi-mamente notaba que la gente no apreciaba su labor: apenas le importaba a nadie, pues todos estaban tan pendientes de sus rutinas que no se fijaban en él. Entristecido, pensó que a lo mejor no debería seguir saliendo, pero tras reflexionarlo, se dio cuenta de que no podía cometer tal atrocidad; sería una sentencia definitiva para el mundo.
Entendió entonces que debía acallar su egoísmo y olvidarse de la necedad de los hombres. Sabía que estos suelen olvidarse de lo esencial y que él no tenía por qué darse importan-cia. A fin de cuentas, era el dueño de la luz y del calor.