VIII Edición
Curso 2011 - 2012
El abuelo Jorge
Rocío de Moya, 16 años
Colegio Montealto (Madrid)
El pequeño Alfonso tiene cinco años y no para de decir que de mayor quiere ser como su abuelo Jorge. Según Alfonso, éste tiene muchos años, seguro que más de cien, o incluso doscientos, y se pueden contar con las arrugas que surcan su cara, que se marcan cuando ríe.
Para Alfonso su abuelo Jorge es inteligente y sabio. Con cada año que pasa, se vuelve más listo y más guapo. Su nieto quiere preguntarle cómo lo hace. Quiere que sus ojos brillen igual que los suyos, aprender a sonreír con la mirada, como él. Quiere saber dar besos como los que le da, estampándolos como un sello difícil de borrar, dificilísimo de olvidar. Quiere saber todas las palabras que él sabe, aprender a decir esternocleidomastoideo de corrido aun sin saber su significado, tener una voz como la suya, ronca, gutural, suave y arrulladora.
Alfonso desearía ser tan listo como él, y que su inteligencia fuese aumentando con el paso del tiempo, al igual que la suya. El niño sospecha que la caída del pelo y el aumento de sabiduría tienen alguna relación. Piensa que la sabiduría de su abuelo es a causa de su calvicie. Ha decidido decírselo a su madre que le lleve a la peluquería a que le quiten el pelo, pues quiere no tenerlo, como su abuelo.
Hoy su abuelo le ha impresionado. Cuando lo ha ido a visitar, entre la monotonía de las mantas, las paredes, el suelo, la mesa y hasta las cortinas blancas, lo ha visto con su llamativo jersey rojo montado como un rey en su trono, sólo que en un trono con ruedas, como un carrito. <<¡Abuelo, tú sí que eres listo!, mira que no habérseme ocurrido a mí antes…>>. El abuelo Jorge le ha dejado que empuje a toda velocidad su “trono con ruedas”, hasta que ha venido un señor con bata blanca y cara de pez dormido a decirles que “está prohibido correr por los pasillos”.
Ayer Alfonso fue a ver a su abuelo, que seguía en la casa de las paredes blancas y señores con cara de pez. Él y sus padres tuvieron que esperar en un sitio con muchas sillas antes de que les dejaran entrar, y el niño se puso a jugar en el suelo mientras sus padres hablaban al lado. Oyó el nombre de su abuelo salir de los labios de su madre; se quedó quieto, esperando enterarse de algún “secreto de mayores”. Sus padres mostraban la misma cara de pez que los señores de la bata blanca, y decían palabras extrañas como “quimioterapia”, “incurable” y “cáncer”, sí, sobre todo “cáncer”. Se le quedó grabada una frase: ‘El abuelo Jorge tiene cáncer’.
No sabía lo que era, pero si era algo que tenía su abuelo, él lo quería también, al igual que el trono con ruedas y la favorecedora calvicie. Pero guardó silencio, esperando que cuando entrasen a ver al abuelo, pudiera pedirle que prestado un rato aquel “cáncer”, para enseñárselo a sus amigos.
Entró corriendo, y se lanzó a los brazos del abuelo Jorge, hundiendo la cara en su jersey de lana roja y sintiendo su ancha mano revolviéndole el pelo. Esperó a que sus padres se fuesen como de costumbre a hablar fuera con el señor cara pez, para decírselo muy contento:
-Abuelo, que me han dicho que tienes un cáncer.
El abuelo tardó unos segundos apenas perceptibles en contestar:
-Y eso Alfonso, ¿quién te lo ha dicho?
-Vamos abuelo, no me lo intentes esconder. He hecho de espía, como me enseñaste, y he descubierto tu secreto… ¿Me lo prestas?
-¿Prestarte el qué?
-¡Qué va a ser! El cáncer. Para practicar para cuando de mayor sea como tú.
-Pero Alfonso, ¿tú sabes lo que es el cáncer?
-Bueno…Cuando me lo dés, podré entenderlo.
-Alfonso…deja que te lo explique. Ahora mismo, yo estoy en una guerra.
-¡Una guerra! ¡Déjame ir contigo! El malo es el cara de pez, ¿a que sí? ya me lo temía yo, tanto blanco no pintaba nada bien…
-No, Alfonso, no interrumpas y ten paciencia. En esta guerra, los buenos son los de blanco. Ellos me dan las armas, y yo soy el que lucho. Esta es la última gran lucha de todas, que tiene que hacer cada persona en solitario. Es una lucha interior, incruenta, donde peleas por poder sonreír una vez más, y deseas haber reído con más frecuencia. Donde descubres lo maravillosas que son las personas y que la amistad es algo que no tiene precio. Es ver que hay batallas que se deben perder con dignidad, y esa dignidad se consigue haciendo de la derrota, una victoria.
Tiempo más tarde Alfonso comprendió por qué unos meses después su abuelo desapareció de este mundo. Y mucho, mucho después, comprendió aquellas palabras que le dijo, mientras esperaba en una sala de paredes blancas a un niño llamado Juan, que decía que tenía un abuelo llamado Alfonso, y que de mayor quería ser como él.