IV Edición

Curso 2007 - 2008

Alejandro Quintana

Desaparecida

Pedro Gómez Alberdi

                  Jesús-María CEU (Alicante)  

Voy a dejarlo toda la noche encendido, para ver si recibo algún mensaje. Ya es muy tarde y la pantalla continua mostrando ese color blanco, vacío, triste y desamparado. Me levanto de la mesa y apago las luces. Me desnudo y me pongo el pijama. Me meto en la cama. Es muy tarde pero, no se porqué, no tengo sueño. Hace tiempo que el sueño no me visita. En la oscuridad miro a la nada con los ojos abiertos. En voz alta y grave, con ternura, digo: “Buenas noches, cariño”. Entonces, cierro los ojos.

A la mañana siguiente me despierto sobresaltado. Miro por la ventana y descubro que todavía no es “la mañana siguiente”. Es de noche aún, el viento aúlla fuera, retorciendo las ramas de los árboles. Son, exactamente, las cinco y media de la madrugada. No tengo intención de volver a la cama, la miro y la encuentro indeseable, vacía y helada. Un escalofrío me sacude como a un junquillo. Me froto los brazos con las manos, dándome un abrazo. Abro las puertas del armario y saco un jersey grueso, de tacto mullido y suave. Me lo paso por la cabeza. La luz en la habitación es tenue, sólo la ilumina el flexo que tengo junto a la cama. El resto del dormitorio ha perdido los ángulos, devorados por la penumbra. Recelo de esa oscuridad, así que enciendo todas las luces y, acto seguido, me siento frente a la pantalla del ordenador. Sigo sin recibir ningún mensaje; llevo muchos días fuera de contacto: ninguna llamada en el teléfono y el timbre de la puerta siempre mudo. Pero confío, yo tengo fe. Un mensaje aparecerá en esta pantalla blanca y me hará feliz, me hará sonreír como antaño. Será un mensaje que olerá a su perfume. Será un mensaje de mi amada, de mi ángel, de mi vida, de la niña de mi corazón. Será un mensaje de ella, sin duda alguna. En cualquier momento llegará. Así que espero, espero…

Afuera un pájaro pía. El sol está saliendo. Consulto mi reloj, son casi las siete. Al levantar el brazo he descubierto mi muñeca muy delgada, arrugada, un hueso con una capita de piel. Sí, he adelgazado, pero cuando ella me vea seguro que le gustaré. Siempre se quejaba de que estaba demasiado gordito y me animaba a perder peso. Que mis cien kilos eran muy aparatosos. Ahora no sé cuánto peso exactamente, llevo mucho sin pesarme, pero cien kilos seguro que no. Mi brazo es una extremidad de visión triste que, sin duda, la sorprendería. Pero me recibiría con besos por todo el rostro antes de que sus labios se metamorfoseasen, con ternura, en una sonrisa. Y él la haría reír, le buscaría las cosquillas.

Volvió la vista a la pantalla, una vista cansada, bordeada de ribetes oscuros, fruto del no dormir y del poco comer. No había nada nuevo, estaba todo blanco, frío, vacío. Pero él de allí no se movería, debía esperar a su amada, a su niña de ojos verdes.

El hombre esperó todo el día, pero no ocurrió nada. No estaba triste, simplemente no lo aceptaba, no lloraba. A la semana siguiente sintió una pequeña necesidad de llorar, un calor muy molesto en los ojos. Notaba un agujero muy hondo dentro de él y se llevaba la mano al pecho enloquecidamente, sentado en aquella silla frente al ordenador, tratando de arrancarse algo que no podía agarrar, atrapando el aire con el puño justo encima del pecho. A la siguiente semana recordar su sonrisa le provocaba dolor. Ya no sentía el estomago vacío ni aquel bloque de hielo en el cráneo. El recuerdo de ella era como una daga que le atravesaba el corazón.

Permaneció durante un mes allí sentado, alimentándose únicamente del amor abandonado. Pero el último día, aquel esqueleto humano la vio por fin. Tuvo un sueño muy profundo, reparador, y al despertar sintió que le habían liberado de toda la carga de las semanas anteriores. Se sintió volar, mucho más relajado, y la descubrió al fondo de una habitación, perfectamente nítida, perfectamente viva. Se acercó a ella sonriendo, ansioso por acariciarla, por buscar un beso, pero al llegar junto a ella se detuvo, porque a su lado había un joven. El hombre enamorado gritó cuando les vio besarse, pero no le prestaron atención, no escucharon su protesta. En realidad, él no estaba allí.