VI Edición
Curso 2009 - 2010
Deportividad
Fernando Vílchez, 16 años
Colegio Altocastillo (Jaén)
- ¡Ánimo muchachos!- grité desde la banda.
El día anterior, apenas podía creerme que pasábamos a la final del torneo municipal de fútbol. Mi equipo había ganado en las semifinales por 6-2. Todo el conjunto había cuajado un buen partido, pero Carlos, el delantero del equipo, era el más determinante. Máximo goleador del torneo, el duelo que iba a sostener con Andrés Puerta, el portero del equipo rival, era aún más esperado que el propio resultado de la final.
A falta de veinte minutos, el marcador era de 1-0 para el contrincante. Estábamos jugando mejor, pero la suerte estaba aliada con ellos. De repente, Carlos dribló a un defensa y, cuando iba a disparar, uno de los jugadores del equipo contrario le hizo una entrada violenta, aunque se la quitó limpiamente. Sin embargo, para el árbitro había sido penalti.
El defensa recibió una tarjeta amarilla entre las protestas de sus compañeros. No había duda de que el árbitro había cometido un error. Como siempre, Carlos se dispuso a lanzar el penalti. Frente a él se encontraba Andrés, su rival. Los familiares de los jugadores permanecían en silencio.
Inesperadamente, Carlos no apuntó a la portería sino que disparó hacia fuera a propósito, ante la sorpresa del público. Comencé a aplaudir. Había sido un gesto de auténtica figura.
El marcador se mantuvo intacto hasta el final del partido. Sin embargo, mis jugadores se llevaron una sonora ovación, tanto del público como del equipo rival. También contemplé como Carlos y Andrés se saludaban con respeto. No tardarían mucho en verse las caras otra vez. Yo sabía que Carlos lo estaba deseando con creces.