IV Edición

Curso 2007 - 2008

Alejandro Quintana

Cuba, 1959

Sara Mehrgut, 16 años

                  Colegio Alcazarén (Valladolid)  

En el jardín brilla el verde de la hierba y los árboles habían abierto sus flores en una explosión de colores. De alguna manera, la isla entera era un precioso jardín. Cuba, la perla del Caribe que el nuevo gobierno había convertido en una jaula comunista.

-Mamá, ¿por qué ya no voy a la escuela?

-Sabes que las monjitas se fueron. Cuando lleguemos a España, volverás al colegio.

-Pero aquí esta mis amigas.

La niña observó a su madre, que tenía la vista perdida en los recuerdos de aquella isla en la que se había sentido tan feliz.

-¡Mamá! -exclamó impaciente la muchacha.

-No me hagas más preguntas, María. Vete a jugar con tus hermanas mientras preparo el equipaje.

Ella tampoco quería marcharse de su patria: aquellos eran sus campos, sus playas, su luz… Cuando el día anterior contó su decisión a sus hermanas, las tres lloraron amargamente. Ellas no iban a marchase. Aunque ninguna quería admitirlo, sabían que no se volverían a ver.

- Mujer, ¿qué haces? –preguntó su marido al entrar al salón.

-Carlos, no quiero dejar nuestra casa, todos nuestros recuerdos, aunque haya escondido en el bajo de los vestidos de las niñas las joyas. La verdad es que me tranquiliza que los policías de la aduana no se den cuenta. Así, no empezaremos de cero en España.

-Voy a quedarme -le anunció su esposo-. Protegeré nuestras cosas. No nos quitarán la fábrica.

A Margarita se le encogió el corazón.

-Carlos, no nos dejes solas. Ven a España, te necesito.

-Me reuniré con vosotras en un año -afirmó-. Ya está todo arreglado. En Madrid estaréis bien.

Intercambiaron una mirada. Eran tiempos difíciles y Margarita temía perder a su marido. Pero le comprendía. Si pudiera, se quedaría con él para defender la casa con uñas y dientes. Pero las niñas no tenían por que sufrir los horrores de una dictadura comunista.

-La cena esta lista señora -le comunicó Carolina, la doncella, sacándola de su ensimismamiento.

-Gracias. Diles a las niñas que pasen al comedor.

Fue entonces cuando reparó en su dulce doncella. Llevaba años trabajando para la familia, era una más. Al día siguiente se marcharía al pueblo a cuidar de su padre. Margarita se acercó a la cocina y le dijo:

-Pon un servicio más en la mesa. Nos acompañaras en nuestra última cena.

-Si, señora.

Comieron en silencio. Carlos observaba a sus hijas, quienes a su vez miraban divertidas a Carolina. Margarita quería terminar rápido para seguir con el equipaje. Pasó toda la noche cosiendo y el amanecer la sorprendió con un sol redondo, enorme y resplandeciente. Al medio día las muchachas se vistieron, nerviosas. La expectativa de viajar en avión era muy emocionante.

-No toquéis los bajos de los vestidos –les advirtió su madre antes de salir de casa.

El chofer aparcó en el aeropuerto. Antes de que algún miembro de la familia saliese del coche, Margarita tuvo un presentimiento:

-Hijas, en vuestros vestidos he cosido collares y añillos. Sacadlos con cuidado.

Ella ayudo a deshacer las costuras y tirar las joyas sobre los asientos.

-¡Margarita llevas toda la noche cosiéndolo!

Carlos había salido del coche y observaba la escena a través de la ventanilla de la puerta trasera.

-No jugaré con nuestras vidas.

Lo dijo intentando reflejar tranquilidad. Su esposo asintió, mientras ella posaba los adornos en sus manos.

Carlos esperó a que el avión desapareciera entre las nubes.