XVII Edición
Curso 2020 - 2021
Consecuencias de
viajar en tren
Glòria Pujol, 16 años
Colegio La Vall (Barcelona)
Una señora se levantó apresuradamente cuando las puertas del tren pitaron para avisar que iban a cerrarse. Si no hubiera sido por el comentario de un joven pasajero que pensaba en alto, no se hubiera dado cuenta de que aquella estación era la suya y, por ende, no hubiera tenido tiempo de salir del vagón.
Jorge, dicho pasajero, posó su mirada distraída sobre un cartel de publicidad. Iba pensando que había pasado sus quince años de vida intentando agradar a los demás, en ser bueno con todos… pero no se veía correspondido. Tenía compañeros que le querían, pero notaba que no con la misma intensidad que él. Les juzgaba, convencido de que era él quien siempre ponía más. No se sentía lo suficientemente valorado. ¿Acaso tenía algo negativo que molestara a los demás? ¿Acaso no hacía todo lo posible por caerles bien? ¿O es que su bondad no era suficiente para ellos? Aquel vacío de afecto siempre le perseguía. Y se sublevaba cada vez que le daba vueltas. Quería mucho a su familia, a sus compañeros de colegio, a sus profesores… pero le fastidiaba dar más de lo que recibía. Jorge era un incomprendido al que infravaloraban, lo que le provocaba una angustia que sólo desaparecía al llegar a su casa.
Muchos días dejaba sobre la mesa la mochila con los libros, se tumbaba en la cama y se ponía a escuchar música mientras se abandonaba a la autocompasión. No, no le gustaba su modo de ser, pues le alejaba de los demás, o eso creía. Su vida era ir detrás de cualquier persona que pudiera llenar su necesidad de afecto.
Fue así, una tarde mientras regresaba de la escuela en el tren ligero que, abandonado en sus pensamientos, Jorge comentó en voz alta que la estación en la que acababan de detenerse no era la suya. Un instante después tuvo que apartarse para dejar paso a una señora con sombrero rojo, que se bajó del vagón a tiempo. En un instante les envolvió un ruido escandaloso y estremecedor. Todo voló por los aires. Jorge también. Aterrizó entre golpes, muy dolorido y descubrió con horror que todo su cuerpo estaba manchado de sangre.
Despertó en la cama de un hospital, un poco desorientado. Le preguntó a una enfermera qué hacía ahí, qué le había pasado. Ella le dijo que la policía lo había rescatado del tren, donde lo encontraron inconsciente tras una explosión a causa de un fallo sistemático.
Jorge no pudo moverse durante varios días. Durante ese tiempo tan duro, no solo le vinieron a visitar sus familiares sino gente que no se esperaba, compañeros del colegio, profesores y hasta un bedel… Entonces cayó en la cuenta de que estaba equivocado: la gente lo quería, y mucho. ¡Había estado tan ciego al concentrar sus pensamientos en sí mismo, nunca en los demás! Entendió que es en las adversidades cuando encontramos a las personas que nos quieren; que su egocentrismo le había impedido valorar el corazón de los otros; que de todo mal aparente –como el accidente de tren– surge siempre un bien mayor.