II Edición
Curso 2005 - 2006
Cartas a nadie
Irene Tor Carrogio, 14 años
Colegio Canigó (Barcelona)
13/04/98
(…)No sé, desde que te fuiste en aquella furgoneta blanca no te he vuelto a ver, ni mamá, ni la abuela, ni Carmen… Todos me dicen que estás de viaje: ¿A dónde has ido? ¿Por qué no me llevaste contigo? Cuando ibas al pueblo siempre te acompañaba, ¿recuerdas? Nos sentábamos bajo nuestro manzano y mientras comíamos aquellas deliciosas frutas me contabas historias sobre una guerra que ganaste o quizá perdiste porque nunca llegué a comprender de qué color eras, a qué equipo de fútbol pertenecías cuando hablabas de los rojos y los blancos; pero lo pasábamos bien. ¿Te acuerdas cuando se me olvidó el cumpleaños de la abuela y cogimos las rosas rojas del jardín de la vecina para dárselas? ¡Lo contenta que se puso! ¿Y cuando me regalaste mi primera bicicleta el año pasado y dimos nuestro primer paseo juntos hasta el puerto? ¡Cuántos recuerdos, cuántas experiencias que hoy se pierden a cada paso que das para alejarte de nosotros! ¿Por qué no vuelves? No sé si llegarás a tiempo para verme cumplir los nueve… No creo que veas los primeros pasos de Carmen, no creo que me veas recoger aquel premio Nobel que juramos conseguir juntos algún día, no creo que… ¿Cómo puedes resignarte a dejarnos atrás sin más? ¿Qué viaje puede ser más importante que yo? Me prometiste descubrir el mundo que tú ya conocías y al que tanto amor tienes, siempre fuiste un hombre de palabra, ¿Dónde está aquel hombre? ¿Dónde está mi abuelo?
1/05/98
(…)¿Cómo que dando la vuelta al mundo? ¿Por qué? ¿Cuándo vuelves? Me cuentas que has atravesado las cataratas del Niágara nadando, que has subido al Himalaya con unos hombrecitos que hablan como Carmen cuando come con la boca llena, que te has bañado en un lago helado con aquellos animales con pajarita y que has recorrido una larga muralla con el emperador de un país muy poderoso que te hace comer unos rollitos muy raros llamados como una de las estaciones. ¿Y? ¿Ya está? Parece que me cuentes la vida de otra persona, ¿Y el hombre que me leía poemas de una nariz superlativa y de un caballero llamado don Dinero? ¿Dónde está el que nunca me dejó sin postre, sin darme cada día un pedazo del pastel de la felicidad? ¿Dando la vuelta al mundo? ¡Vuelve, por Dios! Sin ti, mis nueve años son setenta. Sin ti, la abuela llora. Sin ti, ya no hay Quevedo que valga. Sin ti, la bicicleta se oxida. Sin ti, soy Caperucita sin abuelita, Peter Pan sin Campanilla…
Quizá te fuiste para demostrarme que sabes hacer más que reconocer todo tipo de setas en el bosque o averiguar los árboles por su olor y a los pájaros por su canto. De acuerdo, ya lo has hecho, ahora vuelve y cuéntame muy bajito todo lo que has visto y lo olvidaremos juntos. Dime que en ochenta días estarás de vuelta y harás que la abuela vuelva a preparar albóndigas y a dejar de acariciar tu foto, de la cual no se separa. Dime que harás que vuelva a vestirse de rosa o azul y encierre el negro que ha maldecido su vida y la mía, dime que la llamarás y que le dirás que estás bien y que la echas de menos, dime que no nos olvidas…
28/05/98
(…) Me alegro de que me sigas escribiendo y que me cuentes tu viajes, porque no quiero perder lo que ya no tengo, no quiero olvidar a quien ya no me recuerda, no quiero sufrir por el que rebosa de felicidad, no quiero llorar por quien un día permitió que probase el veneno de las lágrimas porque al probarlas, me supieron demasiado amargas y no tenía a nadie que me las endulzase con palabras que no solucionan pero sí amainan la tristeza.
Estos días ya empieza a hacer frío, supongo que no lo debes de notar en Australia, pero aquí ya han caído los primeros copos de nieve. Papá dice que me abrigue y lo hago. Me abrigo con tus promesas olvidadas y duermo sobre el colchón del silencio, que es el único que me permite recordarte como quiero, como mi abuelo. Sé que me dijiste en tu última carta que tardarás en volver, que quizá nunca lo hagas porque estás mejor allí donde estás. Si esa es tu elección… ¡Maldito egoísta! ¡Te echo de menos!
Ya está mamá, eso era lo último que le quería decir al abuelo, ¿Satisfecha? ¿Por qué enviarme cartas en nombre de un muerto? ¿Para qué pasar todas esas tardes inventando si te he visto echar las cartas al buzón? Quizás tu padre ha muerto, lo siento, mi abuelo sigue vivo bajo el manzano, en la mirada de la abuela, en cada rincón del pueblo, en el corazón de una niña de nueve años.