IV Edición
Curso 2007 - 2008
Cambio de vida
Teresa Juliá, 15 años
Colegio Guaydil (Las Palmas)
Se acomodó en su lujoso sillón reclinable sobre el que había estado trabajando. Subió los pies a la mesa, con el fin de sentirse un poco más confortable para la siesta que se disponía a echarse. Sintió una bocana de aire acondicionado en la cara, de los veintitrés grados a los que le encantaba vivir, pese a que se encontraba en primavera y la temperatura de la calle oscilaba entre los veinticinco y veintisiete grados.
Aunque tenía los ojos cerrados, seguía pensando en los importantes proyectos que se traía entre manos y recordó la gran cantidad de papeles que había tirado: folios arrugados, hechos pelotas, con una o dos líneas escritas, que rebosaban la papelera cubriendo la mitad de la alfombra de piel de cebra africana.
Poco a poco entró en un profundo sueño. Todo era oscuro. De repente, se materializó en una playa tropical, de aguas cristalinas. Le gustaba ese tipo de paisaje, pues ahí era donde acostumbraba a viajar muchos años atrás, cuando aun era un niño y pasaba las vacaciones junto a sus padres.
Un poco mas allá, unas tortugas recién nacidas salían de bajo tierra, donde una hembra las había enterrado al tiempo de poner los huevos. Se le encogió el corazón al ver lo delicados que parecían sus caparazones y la valentía que aparentaban poseer para aventurarse solos al mar sin ayuda. Mar adentro, unos delfines jugueteaban felices. La playa estaba cubierta de cocoteros de hojas enormes que daban una muy buena sombra.
Pero la tranquilidad se vio alterada por un terremoto. El cielo se tornó oscuro y una raja lo surcó. Con una velocidad vertiginosa, se comenzó a formar un agujero por el que entraban directamente los rayos del sol. Las hojas de la palmera se consumieron en muy poco tiempo. Recibir los rayos del sol se convirtió en un suplicio imposible de soportar. El mar bullía y el vapor de agua se extendía por el aire. En la superficie se apreciaban varios ejemplares de peces de colores, flotando, inertes.
Su cuerpo se transportó a otro lugar. Esta vez se encontraba en lo que había sido una gran ciudad que había quedado reducida a ruinas. Se veía a muy poca gente por la calle, todos vestidos con harapos. Decidió investigar y escuchó que tras acabarse el suministro eléctrico la gente había tenido que recurrir a las hogueras, pero también se acabaron las reservas de papel y plástico. El agujero de la capa de ozono se había ampliado, quemando la vegetación y la fauna. Muchos humanos habían sucumbido a su vez.
Perplejo, le temblaron las piernas y cayó de espaldas. Un segundo más tarde se encontraba en su despacho, despertando su conciencia después de aquel espantoso sueño. Apagó el aire acondicionado y recogió los papeles.
-Es hora de cambiar de vida -pensó.