IV Edición
Curso 2007 - 2008
Animales de compañía
Beatriz Fdez Moya, 15 años
Colegio Entreolivos (Sevilla)
Era julio del pasado verano. Hacia mucho calor. Me dirigía a tirar la basura al contenedor que esta al final de mi calle. Había un coche parado cerca de él. Parecía equipado con lo necesario para que sus ocupantes pasaran una larga temporada en la playa. Levanté la tapa del contenedor, conteniendo el aliento, tiré la bolsa y rápidamente me di la vuelta. El coche se puso entonces en marcha. Comprobé que no todos los miembros habían partido con él: desde la acera de enfrente, con unos ojos negros profundos en los que se reflejaba el miedo, me observaba un cachorro de color canela. Me acerqué un poco y oí sus lastimeros ladridos. Parecía llorar al sentirse abandonado. Levanté la vista, en busca del coche, pero lo único que vi fue una nube de polvo.
Pasaron los días. Todos, pequeños y mayores, nos habíamos encariñado con el pequeño Toby, como decía la placa que colgaba de su correa. El cachorrito se convirtió en uno más. Todos los vecinos nos organizábamos para dejarle comida y agua de vez en cuando. Le pusimos un periódico para que durmiera más cómodo y los pequeños jugaban a todas horas con él. Cuando salían de paseo con las bicicletas, Toby los seguía alegremente. Y ponía carita de pena cuando las madres los llamaban para comer. Le enseñamos a correr detrás de una pelota, a traerla de vuelta y a sentarse después de recibir una orden.
Pasó el verano y Toby crecía y dibujaba sonrisas en nuestra cara con sus travesuras mordedoras. Uno de los primeros días de septiembre nos dimos cuenta, al salir de casa, de que Toby no había venido a saludarnos. Nos extrañó, pero pensamos que estaría en el parque con los pequeños. Pasó algún tiempo antes de que volviéramos a saber de él. Uno de los vecinos nos comentó que había visto un Volvo cerca de los contenedores de basura y que un señor había metido a Toby dentro del coche. Atamos cabos y nos imaginamos que la familia de Toby, al finalizar sus vacaciones, habría vuelto con la esperanza de recuperarlo.
Desde entonces vemos a Toby en el parque, como va a recoger la pelota que su amo le tira y como este la rece maravillado en sus manos, preguntándose dónde habrá aprendido. Entonces siento una oleada de rabia y añoranza.