VI Edición
Curso 2009 - 2010
A su sombra
Manuel Mellado, 14 años
Colegio El Prado (Madrid)
Era un día lluvioso. Durante la homilía, el viento provocó en la puerta un ruido que no hacía posible entender al sacerdote. Todo el pueblo estaba inmerso en una misma tristeza: la muerte de una madre joven que había dejado un niño pequeño, siempre era una tragedia. El niño, aunque arropado por toda la familia, se sentía solo y desamparado. Durante el funeral, se acordaba era de las primaverales tardes de juegos junto a su madre, de los besos y abrazos con los que le colmaba todas las noches, de las esperanzas que puso en que su madre se recuperaría, en lo que lloró cuando le comunicaron su muerte... Aunque la iglesia estaba repleta y el banco donde se encontraba estaba lleno, él se sentía solo.
Al terminar el funeral, todos los familiares y amigos lo abrazaron y besaron, intentando consolarle. Su padre pensó que lo iría superando poco a poco, aunque se daba cuenta del dolor del niño al ver cómo lloraba. Eran lágrimas inocentes, pero cargadas de un profundo sentimiento de desesperanza.
La llegada a su hogar fue dolorosa. Se notababa la ausencia materna, la fragancia que solía llenar los pasillos, las sonrisas con las que comenzaban las noches...
Al padre las noches se le hacían muy pesadas al saber el vacío del otro lado de la cama. Cada vez que movía el brazo para intentar abrazarla, se percataba de que no estaba allí. El brazo caía sobre el frío colchón. Sin embargo, cada vez que se despertaba escuchaba un llanto melancólico.
Entró en la habitación del niño y distinguió el amasijo en el que se había convertido la cama. Se acercó, dispuesto a tranquilizarle. Entonces se dio cuenta de que su hijo no se encontraba bien. No le respondía, aunque no era ese el principal problema sino que se dio cuenta que su hijo repetía dos palabras como salmodia: “llegaré pronto”.
El médico diagnosticó una depresión profunda. Una mañana apareció muerto sobre la cama. Su padre decía que murió de tristeza.