XX Edición

Curso 2023 - 2024

Alejandro Quintana

Vicent, El torero 

Pablo García Cervera, 14 años

Colegio El Prado (Madrid)

–¡Cuidado! –gritó Juan.

Pedro no tuvo tiempo de reaccionar; al girarse, la vaquilla lo arrolló. 

Horas antes, por la mañana, el joven se encontraba en su cuarto del colegio mayor, estudiando para un examen. Juan abrió la puerta para anunciarle una fiesta que tendría lugar esa misma tarde.

–¡Tendremos vaquillas! –le explicó, exultante.

Desde su niñez Pedro había querido presenciar una capea, ya que uno de sus tíos le había transmitido su pasión por los toros.

–Entonces, el examen puede esperar –soltó, poniéndose en pie, cerrando la tapa del ordenador y abandonando los apuntes.

Tras un corto viaje, llegaron al recinto donde iba a celebrarse la fiesta. Era una pequeña plaza de toros portátil, que tenía el ruedo embarrado y repleto de desperfectos, como un campo de batalla después de una refriega o una ensalada mal aliñada. Les recibió el dueño del recinto. Se hacía llamar “El Viti”, pero nada tenía que ver con el famoso torero.

La primera vaquilla, no de gran tamaño, apenas ofreció espectáculo. Se sucedieron dos animales más, hasta que llegó la última, una erala cuyo comportamiento resultó muy emocionante dada su fiereza.

Mientras los invitados seguían toreándola y corriendo a su alrededor, Pedro, ya cansado, salió del ruedo y fue a la barra a pedir un refresco con Juan. El bar se encontraba en el mismo redondel, en un perímetro de seguridad delimitado por unas cuantas vallas.

Charlaban entre ellos cuando escucharon el grito del público. La tensión se palpaba en el ambiente, pues uno de los amigos de los muchachos estaba en la arena como un soldado abatido.

“El Viti” trató de calmar a la vaquilla con unos capotazos. Sin embargo, aquello no fue eficaz; consiguió irritarla aún más. De pronto, Juan se dio cuenta de que la vaquilla había saltado las vallas y galopaba hacia Pedro como una centella.

–¡Cuidado! 

Pedro no tuvo tiempo de reaccionar. Al girarse, el animal lo arrolló. 

Se despertó en el hospital, sin saber qué le había pasado. Álvaro, un compañero de la universidad, y Juan le contaron lo que le había ocurrido. Pedro seguía confuso: no se acordaba de aquello que le contaban. Solo le vino a la mente el ulular de una ambulancia.

Se levantó de la camilla, y al mirarse en un espejo descubrió una cicatriz que recorría de arriba a abajo su oreja izquierda. Apareció el médico que le había atendido.

–He tenido que darte unos puntos mientras estabas inconsciente –le explicó.

Al llegar al colegio mayor, sus compañeros le acogieron con innumerables preguntas sobre su accidente.

Juan, que andaba por ahí, le saludó:

—¡Qué pasa, Van Gohg!

Pedro se volvió para comprobar a quién se había dirigido.

—¿Te refieres a mí?

–¡Caro! ¿Es que no te has visto la oreja?

A partir de entonces, en el colegio mayor le pusieron como apodo “Vicent, El torero”.