XX Edición

Curso 2023 - 2024

Alejandro Quintana

Trazos de añoranza 

Manuela Rodríguez Infante, 14 años

Colegio Vilavella (Valencia)

Mi ciudad de origen, el lugar donde nací, es la capital del país con más diversidad del mundo. Me refiero a Caracas, en Venezuela. Los recuerdos que guardo de aquel lugar son fugaces, pero permanentes. No puedo olvidar su variedad tan singular, en la que los barrios se dividen según las diferentes regiones de las que proceden sus habitantes. Tampoco su característico frescor en noviembre ni las lluvias de julio. Mucho menos la calidez humana, el matiz colorido de las guacamayas con el monte Ávila de fondo, las aguas turquesas y la arena rosa de las playas. Añoro ese trocito del Caribe que me vi obligada abandonar, donde dio inicio mi aventura.

Dejar el hogar es comenzar un viaje lleno de incertidumbres y esperanzas, para de inmediato enfrentarte a lo desconocido. La adaptación a una nueva cultura es un desafío físico y emocional que exige perseverancia, resiliencia y determinación.

Se me hizo imborrable aquella jornada en la que mis primeros años se quedaron reducidos a lo que cupo en una maleta de apenas cincuenta y cinco centímetros. Mis acompañantes no contaron con la misma suerte, pues ellos dejaron atrás todos sus recuerdos. Aún me conmueve la sensación abrumadora con la que una niña pequeña se enfrentaba a tan grande reto. 

Pese a que me vi obligada a realizar el viaje a España, este no fue por placer, ni iba a ser temporal, ni pude dar a conocer mis objeciones. Nuestra marcha fue exigida a gritos, esos mismos gritos con los que, más de una vez, me pidieron que me escondiese bajo el asiento trasero del automóvil en medio del caos, cuando nos veríamos atrapados entre una tanqueta militar y unos manifestantes que exigían sus derechos. Me quedé conmocionada al ver aquella multitud armada que pasaba a nuestro lado, al escuchar gritos desgarradores bajo el humo letal de unas bombas de mano. Aquel fue el punto crítico en el que mis mayores tomaron la decisión de que había llegado la hora de marcharnos.

Hacerme un hueco en España fue un proceso duro y lento, que precisó previamente de un duelo ante la despedida de lo que dejé atrás. Tuve la sensación de caerme por un precipicio, al desconocer qué iba a encontrarme bajo los pies. Experimenté el miedo, al ser consciente de que yo no podía cambiar nuestra situación. Me habían dejado claro que después de abandonarlo todo, volver sería una decisión irracional. No obstante, el regreso es un anhelo común entre los inmigrantes.

La aventura de dejar mi tierra me ha cambiado. A medida que pasa el tiempo, mi carácter va madurando, A diferencia de mis compañeras de colegio, tengo una perspectiva muy personal de las cosas: no soy materialista porque me basta el apego que siento por mi gente. Es decir, no tengo miedo a perder nada, ya que en su momento lo perdí todo.