XX Edición

Curso 2023 - 2024

Alejandro Quintana

Tesoros peludos 

Yiting Chi, 17 años

Colegio IALE (Valencia)

En la niñez, los peluches desempeñan un papel que va más allá de la mera función del resto de juguetes. Son fragmentos de ternura cosidos con hilos de afecto, portadores de historias y testigos mudos de los primeros pasos en la danza de la vida, guardianes mágicos de la inocencia y la imaginación.

De pequeña tuve un oso panda que consideraba mi confidente más leal. Con el tiempo cada vez me acompañaba en menos ocasiones, hasta que acabó en un armario. En las cenas familiares, mis padres recuerdan que me llevaba el oso cuando salíamos a hacer la compra y que me enfadaba si me sugerían cambiarlo por un peluche nuevo, dado su deterioro.

Un niño abrazado a su peluche demuestra una conexión pura y sin filtros con la imaginación. En esos momentos, el peluche no es un objeto inerte sino un amigo leal, un confidente de todas las alegrías y tristezas del día. Cuando en la mirada del niño se mezclan realidad y fantasía, la seguridad y el consuelo residen en los brazos suaves de su compañero de felpa. Al contemplar esa escena, me embarga la nostalgia, como si estuviera leyendo las páginas de mi propia infancia; los peluches que acompañaron mis días infantiles siguen siendo custodios de recuerdos, de modo que un niño abrazado al suyo renueva la magia de la niñez en cada generación. 

Nuestra sociedad, inmersa en la era digital, podría desterrar a estos compañeros de felpa. Sin embargo, los peluches son hoy más necesarios que nunca. En un mundo que se mueve a un ritmo implacable, proporcionan a los niños un anclaje, una pausa en la carrera hacia el crecimiento, un refugio donde la sencillez y la alegría más pura florecen sin restricciones.

Un niño junto a su peluche es un recordatorio de que, a pesar de los cambios vertiginosos de nuestro tiempo, hay lazos que permanecen inalterados en cada risa compartida, en cada lágrima. Es la continuidad de un cuento narrado una vez y otra.