XX Edición

Curso 2023 - 2024

Alejandro Quintana

Serpiente cascabel 

Ian Manuel Calleja Ortiz, 17 años

Liceo del Valle (Guadalajara, México)

Mezclándose con la infinitud de la noche andaba un borrego negro como el carbón, cuyas lágrimas iban regando las arenas secas del desierto de Sonora. Entre llantos y balidos, deambuló hasta toparse con una zarza, cuyas últimas hojas se aferraban a las ramas para resistir las ráfagas de viento helado.

Con las tripas rugiéndole como un lobo, el cordero se acercó para comer de la planta, pero sus pasos se detuvieron al oír un curioso chasquido, como un ajetreo melodioso similar a las maracas que los pastorcillos sacuden al compás de sus panderetas y vihuelas. Algo se movió entre los crujientes tallos de la planta para surgir al exterior, enrollado hasta la punta de una rama. Con el reflejo de la luna brillaron un par de ojos inquietantes, que se clavaron en el asustado ovino. Por detrás de los ojos se extendía un delgado y escamoso cuerpo, ocre como la misma arena. En el otro extremo se hallaba el instrumento que producía aquella inquietante música: un cascabel.

La víbora abrió la boca, mostrando sus finos y amenazantes colmillos. Ante aquel peligro, el borrego comenzó a retroceder. 

—No temasss, pequeño carnero —le indicó el reptil.

—Yo… no soy un carnero —dijo titubeando—. Los carneros tienen cuernos. Yo soy un corderito.

—Ya veo ─le respondió sin tomarle importancia—. Me parece que no te acompaña ningún otro borrego. ¿Acassso te has perdido?

La cría le respondió con preocupación: 

—Me he alejado de mi rebaño… porque no me quieren.

—Vaya. Será porque eres diferente a ellos. ¿No esss cierto? —examinó su oscura lana. 

—¿Para qué explicártelo? Tú no puedes comprenderme.

—Oh, no… Te entiendo mejor que nadie —le contestó la serpiente—. Quien me ve de lejos, huye a la carrera. Y cualquiera que oye mi cascabel es porque se encuentra demasiado cerca como para escapar de mí. ¿No sssientes miedo?

La serpiente fue desenrollando su cuerpo poco a poco, descendió de la zarza y se deslizó hasta colocarse frente al cordero.

—¡Aléjate de mí! —le suplicó este, temblando de pavor.

—Eso es lo que buscasss, ¿cierto? Alejarte de todo, de todosss —le dijo maliciosamente—. Yo te puedo ayudar, pequeñín; puedo llevarte más lejos que una estrella fugaz. De igual manera, sabes que nadie te quiere porque eres un fenómeno extraño, pero yo puedo acabar con todos tus sufrimientosss.

El borrego se echó a llorar. Todo lo que le decía el reptil parecía cierto. El rebaño nunca lo había aceptado. Las ovejas hablaban mal de él a sus espaldas, lo excluían, lo menospreciaban. Incluso aquellos corderitos a quienes había considerado amigos, bajo sus blancas capas de lana disimulaban el desprecio que le tenían. Al parecer, ni los pastores se habían dado cuenta de su ausencia.

—Está bien —dijo al fin, soltando una última lágrima—. Termina con todos mis padecimientos, por favor.

Sonriendo, la víbora se le fue acercando, preparada para lanzar su mordida asesina.

En la infinitud del desierto yacía sin vida un animal. Un pie había aplastado la cabeza de la serpiente de cascabel, cuya sangre negra se confundía con el rojo amanecer del desierto de Sonora. El borrego de rizos negros avanzaba sobre los hombros de aquél que le había salvado la vida. Era su pastor, su buen pastor, que había pasado la noche buscándolo. 

—Amo —le habló el borrego a su salvador—. ¿Por qué has venido a buscarme? Mi vida no vale nada…¿Por qué arriesgaste la tuya con la serpiente? 

Al pastor se le dibujó una sonrisa. En silencio y con toda la paz del mundo continuó su caminar por la arena, llevando al borrego de vuelta al aprisco.

—Por ti —le contestó al fin—. Lo hice por ti.